Josefina Riera Bueno tenía una hija. Se llamaba Josefina, como ella. También tenía un marido, aunque no sabía dónde estaba. Joaquín Calatayud Bas. Republicano. Retenido en un campo de concentración francés. Innombrable.
Recibía regularmente cartas desde el campo. Cartas escritas con letras distintas, pero todas ellas encabezadas con “Arriba España”” o “Gloria a nuestro Generalísimo” o cosas así.
Un día ya no recibió más cartas desde Francia. Alguien le dijo que Joaquín estaba en Alemania, en otro campo de concentración. Desaparecido.
Josefina no podía llorar. Josefina, la niña volvía de la escuela y, encaramada a una sillita de enea, hacía la comida para ella y su madre. Josefina, la madre, trabajaba en la fábrica de telares de Burjassot, el pueblo donde su abuelo fue alcalde, el pueblo donde conoció a Joaquín, el pueblo de donde tuvo que huir por “roja” una oscura noche metiendo a su hija por la ventanilla de un tren que iba para Valencia para salvarse de las denuncias de sus vecinos.
En Valencia, Josefina se refugió en casa de su hermana, casada con un médico de bien, de derechas, pero que se encariñó con la “xiqueta” y que se ocupó de ellas con generosidad. Josefina, la madre, y Josefina, la “xiqueta” vivieron en la plaza Santa Cruz, junto a la iglesia del Carmen, en un piso enorme con jardín interior y servicio doméstico. Fueron tiempos de bienestar.
De Alemania llegó, al cabo del tiempo, otra carta. Le decían que su marido había muerto. Josefina lloró. Lloró muchos días seguidos. Y después salió a la vida. Por Josefina, su hija, que no llegó a conocer a su padre. Y por Joaquín, un buen hombre, que ardía en deseos de saber cosas en sus cartas de su preciosa niña y de su mujer, tan lejos, tan solas, tan fuerte la madre y tan frágil la hija.
Madre fuerte que protegía a su hija con su cuerpo contra la tierra cuando los aviones bombardeaban los campos donde salían con las vecinas a celebrar la vida. Miedo al vuelo rasante, alegría de estar vivas, emociones básicas.
Josefina la madre nunca se volvió a casar. Era una viuda joven, fuerte, trabajadora. No olvidó a su buen hombre. No quiso a otro. Sólo quería el bienestar de su hija, sólo vivió para ella. Se lo dio todo. Vivió junto a ella su boda, el nacimiento de sus cuatro nietos, tuvo tiempo de ver dos bisnietos, el cambio del país, la muerte del dictador, la paga vitalicia que le dio Alemania por dar muerte a su marido, la llegada de la democracia, el seiscientos, el chalet con piscina, la modernidad…
Josefina murió plácidamente, en su cama, abrazada por su nieta menor que le susurraba al oído cuánto la quería….
4 comentarios:
No entiendo las dudas en publicareste texto, bueno silas entiendo. Yo tambien soy del Clubs de los inseguros. Lo he vuelto a leer y me encanta por su simpleza a la hora de contar una historia tan tremenda, tan emotiva, tan de verdad...
Tiene tu sello. En él se ve tu estilo, emociones pausadas casi contenidas que transmiten una desvordante emotividad. Me ha emocionado mucho leerlo. En cuanto a tus dudas, creo que sí está bien estructurado.
Salva
Bonito y suavemente intenso.Las dudas son buenas si no te bloquean y me alegro del resultado de estas.Xlo
una historia que seguramente es real o lo ha sido...es la historia de muchas mujeres que luchan, que salen adelante, que incluso renuncian a su propia vida. No todas tienen un final tan hermoso.
Mo
Publicar un comentario