Katerina acabó de anudar el lazo del paquete que tenía en el mostrador y se lo entregó a la clienta con una amplia sonrisa. Su sonrisa estallaba en su cara y cada vez que sonreía, conquistaba a la persona que la miraba. Miró el reloj y pensó que ya se acercaba la hora de cerrar la tienda. Pronto habría altercados en las calles y ella deseaba llegar a casa sin problemas.
En otra parte de la ciudad, Jan lijaba con delicadeza la madera del instrumento que estaba construyendo. Una viola basada en otra del siglo XVIII que haría las delicias de un músico europeo de prestigio que se la había encargado para su colección privada. Se le pasaban las horas sin sentir en su taller y apenas tenía tiempo para nada más, sólo trabajo, trabajo y más trabajo. Su juventud se diluía entre las virutas de madera y los barnices de los instrumentos de cuerda. Unas voces lejanas interrumpieron sus pensamientos.
- Debe tratarse de la gente que va a las manifestaciones…Yo también voy a ir! – gritó mientras se quitaba la bata y recogía las herramientas- las cosas deben cambiar y tengo que luchar para ello, se dijo en voz alta para infundirse valor…
-“¡Tenemos derechos!
- “¡Libertad de prensa!”, “¡Libertad de expresión!”
Jan escuchaba las mismas reivindicaciones una y otra vez, más y más cerca de su taller, hasta que él mismo se unió a la marea humana en dirección a la Plaza Wenceslao. Era el 20 de Agosto y no sabía lo que le deparaba el destino.
Katerina cerró la puerta de su pequeña mercería y comenzó a caminar con rápidos pasos, con la cabeza agachada, sintiendo como su nerviosismo crecía a medida que oía las consignas avanzando en su dirección. Cogió su bolso con ambas manos en un gesto mecánico y pensó en la posibilidad de cambiar su ruta para no encontrarse en mitad de la manifestación. Pero siguió caminando.
Sin apenas levantar la mirada de sus sandalias se encontró con una pequeña multitud que portaba banderas checas. Se la llevaron consigo a pesar de su resistencia. Levantó un instante la mirada para chocar con otra, la mirada de Jan, los ojos de Jan. Y el tiempo se detuvo.
Jan le sonrió. Katerina hizo lo mismo. Instantes después vió aquellos tanques rusos desfilando amenazadores por las calles de Praga y a aquel chico subiendo encima de uno de ellos con una bandera. Los coches ardían, la confusión y el miedo se mezclaban con el humo por toda la ciudad, los soldados llevaban sus armas cargadas y preparadas para disparar, pero ahí estaba ella con los ojos puestos en aquel joven de sonrisa fácil.
El gran fotógrafo Joseph Koudelka inmortalizó el momento de la entrada de los rusos a Checoslovaquia con una imagen de su reloj de pulsera señalando la hora exacta de la invasión. La hora exacta en la que se cambiaba la historia de su país. La hora exacta en que otra historia, más pequeña, comenzaba…
2 comentarios:
!buen escrito mar¡
me ha gustado como interpretas el azar... el apunte del fotógrafo... tienes que retomar ese mundo de la imagen que tu sabes captar con profundidad¡tienes mucho que mostrar! lo que tu no muestres, nadie lo hará.
Mo
Apoyo la última frase de Mo...
Recreación histórica, me gusta, como siempre.
Salva
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