martes, 28 de septiembre de 2010

La HeRMaNa FLoRa


- Hermana Flora, un muchacho pregunta por usted, gritó la hermana Paula desde la ventana de la cocina.
Bastaron un par de minutos para que la monja atravesase los fríos pasillos del convento en dirección a la puerta. Ni siquiera lo apresurado de sus pasos consiguieron trastocar las oraciones que en ese momento realizaban sus hermanas en la capilla.
Eran tiempos de crisis, con los años y la falta de vocación, cada vez eran menos en la congregación. Los problemas económicos ahogaban la comunidad, y ni siquiera los antaño generosos donativos de los feligreses, ni la venta de sus apetitosas yemas, conseguían sacar adelante tan espiritual empresa.
El pequeño huerto había dejado de ser rentable y Flora a duras penas podía hacerse cargo del cultivo de las frutas y verduras con las que en los últimos años habían conseguido sobrevivir a tan precaria época.
- Dígame hermana, ¿Qué planta es esta que cultiva usted con tanto esmero? Preguntó con curiosidad la madre superiora al tiempo que miraba las numerosas plantas allí sembradas, por encima de sus gafas, arqueando las cejas.
- Esta planta sin frutos y de apagado y monocromático aspecto nos ayudará a salir del oscuro agujero en el que ha caído este nuestro convento madre, contestó la hermana Flora mientras podaba con esmero uno de sus hojas.
Tocaban a maitines en el convento, y todas las hermanas, con la hermana Flora a la cabeza atravesaban en silencio el convento en dirección a la puerta de entrada. Cargadas cada una de ellas con enormes bolsas de las que rebosaban con descaro las ramas de tan protegida planta se dirigían de ceremoniosa manera al tiempo que con sus delicadas voces entonaban agradecidos cánticos. Todas menos la hermana Rafaela, que con gastronómica curiosidad, recogió y posteriormente trituró algunas de las hojas que accidentalmente quedarón en el suelo, para posteriormente y dejándose llevar por esa misma curiosidad, sazonar un apetitoso cocido con tan desconocida especia.
- Huele a gloria y seguro que sabe mejor, comentó la hermana felicitas mientras iba sirviendo los platos de todas las hermanas.
Ni que decir tiene, que el convento de las Hermanas de la Caridad, no recuerda cena más alegre y disparatada. Las risas incontroladas resonaban con eco entre los muros de tan vetusto convento. Unas horas tan solo apagadas cuando la hermana Flora de ceremoniosa manera se acercó hasta la mesa que presidía la madre superiora.
- Hace unos días me preguntaba madre, que extraño fruto florecía entre tan toscas plantas.
- Es el fruto de la felicidad, dijo la hermana Flora al tiempo que amontonaba un enorme fajo de billetes de 100 euros sobre la mesa.

Dr.Magenta

BaRBeRiL CiNEFiLiA

El otoño ha hecho entrada, atrás queda ya un calido e interminable verano. Frescos amaneceres avanzaban hace días su entrada. En breve, multitud de hojas cubrirán el asfalto de nuestras ciudades al tiempo que nuestros pies se abren camino entre tan efímeras alfombras.
El otoño, estación de transito, la antesala de un frió invierno y de unas siempre inoportunas fiestas navideñas. Quizás por eso, y anticipándome a la caída de la hoja, la otra tarde decidí hacer una visita a mi peluquero, mi cinéfilo peluquero.
Nunca me he caracterizado por mi barberil fidelidad. A lo largo de mi vida he cambiado de peluquero como lo hago de canal de televisión. Como si de un zapping se tratara, he alternado clásicas barberías con Academias de peluquería o estilosas franquicias.

Hace algo más de un año que soy fiel a mi cinéfilo peluquero. Conocí su establecimiento hace unos años. Un anciano barbero lo regentaba hasta que mi peluquero acabó haciéndose cargo del negocio donde entró como adolescente aprendiz... Poco o nada ha cambiado en la decoración del local desde entonces, salvo los ejemplares del Interviú que son más recientes. El mismo alicatado hasta el techo en un sobrio color crema, las sillas de formica, formando una improvisada sala de espera. Un viejo calendario del Valencia F.C, preside el espacio. A su lado y simétricamente colocados, viejunos productos de pesquería lucen con orgullo perennes al paso del tiempo. Un intenso y casi letal aroma a Varón Dandy, dota a la peluquería de una peculiar y espesa atmósfera. Un entorno sin duda fantástico las cinéfilas conversaciones en las que nos sumergimos mi peluquero y yo.
Nunca me ha gustado ir a la peluquería, pero admito que sentir el paso de la maquinilla por mi cuero cabelludo al tiempo que disertamos apasionadamente acerca de cual de las 3 películas de El padrino es la mejor, tiene su punto. Sin ir más lejos, el otro día tuvimos una interesante conversación sobre el cine de Arturo Ripstein, mientras me igualaba las patillas. Nada que ver con las interminables y soporíferas charlas políticas o sobre fútbol en las que en ocasiones me he visto obligado a participar por educación.
Viva Ripstein y el corte de pelo a navaja, grité al tiempo que me levantaba del sillón y el otoño empezaba a asomar su cabeza por la puerta de tan cinéfilo local.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Estreno en la ópera

Mi nombre es Margarita, conocí a Juan en el teatro de la ópera. 
   Desde niña he ido con mis padres a todos los estrenos, mi padre era tenor y quiso educar mi voz, fue una labor infructuosa ya que no tenía esa virtud, no obstante disfrutaba con la ópera, las conocía casi todas y había acudido a las diferentes escenografías de cada una de ellas, aún así, me invadía la emoción hasta el punto de saltarme las lágrimas.
   Era un 25 de septiembre, estaba en el patio de butacas, ese día no vino mi padre, mi madre había fallecido hacía diez años y yo era una mujer cincuentona El teatro estaba a rebosar.
   Comenzó Don Giovani, esa obra que ya conocía, en la que la violencia psicológica (más que la física), el sarcasmo, la desesperanza y la angustia son las sensaciones que dominan, guiadas por un gran instinto musical. En el transfondo hay una reflexión de Mozart sobre si mismo y sobre las zonas más oscuras del hombre.
  Como en otras ocasiones, inevitablemente me embargó la emoción y las lágrimas se deslizaban por mis mejillas,
a mi lado alguien seguramente me observaba y me ofreció su pañuelo con una sonrisa de complicidad.
  Al finalizar salí por el pasillo central y tropecé con la alfombra, el hombre que me había prestado el pañuelo, con una cortesía increíble, me tomó del brazo y juntos salimos a la calle.
Nunca un hombre había sido cortés conmigo, creo que ni siquiera me miraban, era una mujer invisible ante sus ojos, pero él, Juan se presentó ,me dijo palabras hermosas y me sonrió. Quedamos en vernos el día siguiente.
    Me sentía tan afortunada como cuando era niña y encontraba en el campo un trébol de cuatro hojas.
Y de esta manera comenzaron nuestras escapadas, nuestros encuentros amorosos.
  Pasaron nueve maravillosos meses, por primera vez se habían enamorado de mi y también estaba locamente enamorada de Juan.
  
 Estábamos ya en Junio, acompañaba a mi padre, quería que le ayudase a escoger un  Panamá que había visto, estábamos cerca de la Plaza de toros, esperando que el semáforo se pusiera en verde para cruzar, entonces vi que se acercaba una pareja...me pareció...si era él, era Juan abrazando a una mujer, se pararon, se besaron....no me vieron, el semáforo cambió y crucé con mi padre rápidamente camino a la sombrerería.

Entonces las lágrimas no pudieron salir de mis ojos, dentro solo tenía vacío. Al llegar a casa, encontré una postal muy antigua que me pareció  una metáfora de lo que había sido nuestra relación y le escribí:
     -Encontraste la suerte...la mataste con lazo incluido.
Mo

lunes, 20 de septiembre de 2010

Claro (versión extendida)

Mi nombre es Yade, soy un varón de la especie de los Draso. Nuestro aspecto es muy similar al vuestro, cabello negro, un tono más azulado en la piel, unos ojos amarillos de color muy vivo que a algunos os podrían parecer temible, pero no a ella, no a mi pareja, no a Clara. Ella es una mujer humana, pelo rubio, ojos azules, metro sesenta... Tengo miedo, hay algo en los Draso que no sé si Clara lo aceptará. Ella siempre supo de la existencia del Cal´Ter, aunque pensaba que yo ya lo había pasado. Que cara me puso cuando se lo dije...


Existe una gran diferencia entre nuestras especies, los humanos pertenecéis siempre a un único sexo, los Draso no. Nosotros tenemos una edad, en la que yo me encuentro, en la que experimentamos una transformación radical, aunque temporal. El Cal´Ter. Es lo que se podría llamar el último paso de nuestra adolescencia. A mi edad, el equivalente a los 25 años humanos, mi cuerpo entra en fase de crisálida y cambia de sexo. El proceso es suave y placentero, ya que cuando no estamos dormidos, que es durante casi todo el proceso, nuestro cuerpo segrega tal cantidad de opiáceos endógenos, que nunca llegamos a sentir dolor. El proceso como he dicho antes, no será permanente, durará un año y después volveré a ser crisálida para ser otra vez varón. Mientras dure este año, viviré como hembra Draso, con un aspecto totalmente femenino. Nuestra capacidad reproductora no es funcional durante ese año, pero por lo demás seré una mujer. He pensado en conservar mi nombre. Algunos se lo cambian, yo no. Quiero conservar mi identidad y además, quiero que Clara lo tenga claro.

Ahora mismo estoy sonriendo, porque me acuerdo de cuando mis primos pasaron el Cal´Ter, es decir, mi prima y su novio. Lo pasaron al mismo tiempo, así que durante un año ella fue él y él fue ella. Qué bien se lo pasaron… Este es un momento de júbilo y festejo en mi pueblo. Cuando un Draso vive su Cal´Ter, recibe subvenciones por parte del gobierno, excedencias laborales, permisos. Se nos alienta desde pequeños a pasar estos días con alegría, experimentando durante un año lo que es ser diferente. A vivirlo como un regalo de la naturaleza, que solo se recibe una vez en la vida. Y por qué no decirlo, a vivirlo con lujuria.



Esta mañana nos hemos ido de compras Clara y yo. Le dije que no era necesario pero ella opina que voy a necesitar ropa nueva para este año que empiezo. Al entrar en la primera tienda, Clara me pregunta si tengo claro el asunto de las tallas. Saco mi pantalla del bolsillo y accedo al correo, donde está el mensaje de mi hermana. En él me explica el tipo de transición que han tenido los varones de nuestra familia. Clara lo lee con el entrecejo encogido, los ojos apretados y la boca abierta. Me despierta una tierna sonrisa, y decido darle tiempo para que lo lea. Me doy una vuelta por la sección de lencería y le compro un tanga de encaje negro para que se lo ponga esta noche para mí. Al cabo de un rato vuelve y señalando en la pantalla me dice:

-A ver si me aclaro… Estas son tus medidas ¿Cierto? Quiero decir que serán tus medidas ¿No?

-Si cariño.

-Vale. Pues son casi idénticas a las mías. De hecho vas a tener más tetas que yo.

-Ya lo se cielo. –Le digo mientras la agarro suavemente de la cintura.

-Entonces no necesitas ropa, puedes usar la mía al principio, y luego ya te compraras lo que tú quieras.

-¡Muy bien! Me alegro de que lo hayas entendido, ¿Nos vamos ya?

-Oye ¿que llevas ahí?

-Nada, un regalito.

Ella asiente con la cabeza y me manda una sonrisa a modo de entendimiento-aprobación, mientras su entrecejo aún está intentando asimilar el resto. Salimos de la tienda y nos dirigimos a una cafetería.



Al conocer a vuestra raza, los Draso observamos mucha hostilidad entre vuestros sexos. Algo que llamáis sexismo, y que en la historia de los Draso existe solo como un vestigio que nunca ha tenido gran relevancia. De vosotros aprendimos la importancia que el Cal´Ter ha tenido en nuestra historia. Supongo que nos ha dado la oportunidad, de saber cómo se ve la vida desde el otro lado, y nos ha hecho más comprensivos, de lo que jamás hubiéramos pensado de no haberos conocido. La separación de vuestros sexos os ha traído diferencias educativas, dificultades de comunicación, de respeto, etc. No es que nosotros no las hayamos tenido, es simplemente, que no han marcado tanto nuestra evolución como pueblo. Siempre hemos tenido líderes femeninos al igual que masculinos. Siempre hemos ensalzado la belleza masculina tanto como la femenina, y la inteligencia femenina tanto como la masculina. No sé, nuestra transición, ha sido más suave. Creo que el conocernos, vuestra especie y la nuestra, ha sido muy beneficioso para los humanos. Las tensiones entre vuestros sexos, dicen vuestros sociólogos y psicólogos, se han suavizado estas últimas décadas, más que en todo el siglo anterior.



-Yade, vamos a ver… Entonces seguiremos viviendo juntos, durmiendo juntos, y llevando una relación de pareja aunque tú serás físicamente una mujer.

-Desde luego esa es mi intención. De todas formas debes de tomar la decisión por ti misma.

Clara volvió a juntar el entrecejo, levantó con fuerza una ceja y se bebió de un trago la taza de café.

-Oye voy a pedir un poco de agua, ¿tú no tienes sed?

Le contesté con una sonrisa.

-Clara, para los Draso esto es algo muy natural, quiero decir que el amor va más allá del plano físico. La persona que vas a tener a tu lado durante este año va a ser la misma que tienes delante en este momento, mis sentimientos van a ser los mismos y ya verás como los tuyos también.

Suspiró hondo y dijo:

-Mira que he leído acerca de vuestras peculiaridades sexuales, pero claro, no es lo mismo cuando te toca vivirlo.

Me agarró la mano y me sonrió con las cejas por fin relajadas y continuó:

-Vale, pero no me robes el maquillaje.

Y nuestras sonrisas se besaron.



Nunca olvidaré cuando mi hermana pasó el Cal´Ter, le apareció un pene mayor que el mío, de hecho era de envidiables dimensiones. Durante ese año tuvo tantas relaciones que ni ella misma era capaz de acordarse de todas, solamente con hembras, tanto Draso como humanas. Siempre me decía:

-Yade, es que yo con este pene me siento como si tuviera cinco miembros, y claro, le tengo que dar utilidad, que no lo voy a tener siempre.

Que envidia me daba y cómo nos pudimos reir ese año.



Clara y yo hemos hecho los preparativos para mi transformación. La habitación que hace las veces de lavandería, cuarto de planchar y trastero, la hemos vaciado y allí me he tumbado yo, a iniciar mis secreciones, que poco a poco irán creando una cápsula que rodeará mi cuerpo de forma oval. Unos dos metros de largo por uno de ancho. Mientras creaba la cápsula, Clara reconfiguró la pantalla interactiva de esa habitación, ya que era la única que nunca habíamos usado, y en ella pude ver algunos noticiarios y documentales en los que se hablaba del tercer sexo del ser humano: los transexuales. A día de hoy, año 2.097, el comportamiento homosexual está totalmente aceptado e integrado en la sociedad, pero no como a principios de este siglo, época en la que las personas los toleraban por miedo a ser tildados de cerriles. No, hoy en día se les comprende. Parece que aquella sentencia de 1973 por fin ha tenido eco. Los transexuales tardaron más en encontrar su lugar de aceptación, y la aparición de los Draso, decía el documental, había tenido mucho que ver en esa aceptación. En ese momento Clara se plantó delante de la puerta, me lanzó una sonrisa y pasó de largo. Respiré hondo y continué con mis secreciones.

He terminado la cápsula; he iniciado el Cal´Ter. Me encuentro dentro de ella sumergido en un líquido que me alimenta, rodeado de una capsula casi opaca que no me permite distinguir mi silueta. Paso dormido casi todo el tiempo, aunque de vez en cuando despierto durante algunos minutos y alcanzo a sentir los cambios en mi cuerpo. Primero los huesos: mi columna se ha contraído para disminuir mi altura, mis caderas han ensanchado para dibujar las curvas. Luego los órganos: mis genitales masculinos se han escondido y en mis pechos se está acumulando una tensión que los empujará a proyectarse y crecer. Acaricio mis piernas, el bello ha desaparecido; parecen mucho más suaves que antes. Mis manos han encogido, me siento más pequeño.



Entre sueño y sueño pienso en el que sin duda es el Cal´Ter que recuerdo con más ternura: el de mis padres, es decir lo que ellos nos contaban. Los pasaron juntos, pero no al mismo tiempo. Primero mi madre, y luego mi padre. De modo que fueron hombre y mujer, luego hombre y hombre, un año después hombre y mujer de nuevo, luego mujer y mujer, y finalmente hombre y mujer otra vez. Durante toda su vida de casados nos hablaban de sus anécdotas, nos enseñaban fotos y vídeos, y mi hermana y yo fuimos testigos de una profunda complicidad arraigada a lo largo de los años. Y sinceramente me alegro por Clara, porque si lo acepta y lo vive con ilusión y felicidad, disfrutará de este momento tan hermoso en la vida de los Draso.



Estoy terminando el Cal´Ter, me noto ya formado, formada. Llevo mis pequeñas manos alrededor de mi cuerpo, palpo el enorme cambio que se ha producido en mi cabeza, mi nariz y mis pómulos son mucho más pequeños, mi mentón ha desaparecido. Acaricio la forma de mis caderas, y la concavidad que forman con mis costillas. Comienzo a percibir el mundo hacia dentro, en sus pequeñas formas y detalles. Paso las manos por mis pechos, son mayores de lo que esperaba. Siento una excitación en forma de ardor, dentro de mí. Sigo palpándolos y percibiendo esa fogosidad ajena, libre de erección. Y pienso boquiabierta y confundida: soy una mujer… Abandono mi perplejidad y comienzo a tentar el interior de la cápsula de mi crisálida, buscando bordes o hendiduras. Me hago una pelota y apoyo pies y hombro derecho. Comienzo a empujar y empujar. Mi fuerza disminuida; trago y expulso líquido que no es amniótico. Sigo forzando la salida hasta que por fin la cápsula cede y veo la luz. Palpando llego hasta un albornoz, me seco. Separo del todo los párpados. Mis ojos vuelven a ver, camino por la habitación desnuda, me dirijo a un espejo de cuerpo entero que coloqué para la ocasión. Me froto los ojos y pestañeo varias veces. Por fin veo bien. Miro mi reflejo. A un varón, sin importar la especie, siempre le agrada ver algo semejante. Me habían hablado muchos Draso de este momento, pero vivirlo… Como lamento que los humanos no podáis experimentarlo. Miro a la silla que hay junto al espejo. Está llena de ropa de Clara, y en la cima del montón: el tanga de encaje negro… Oigo pasos, son tacones. Me giro y allí está ella, parada a dos metros de mí mirándome de arriba abajo. Mi altura ha disminuido unos 12 cm, ahora soy tan alta como ella. Mis pómulos y mi barbilla han encogido. Mi rostro y mi cuerpo todo son los de una joven de 25 años. Mis pechos son incluso más grandes que los de Clara, mi cintura y mis caderas son similares. La miro con miedo. Ella sigue repasándome sin saber que hacer son sus manos, sin saber que decir. Abre la boca pero no le salen las palabras. Finalmente, tras ofrecerme la misma sonrisa que cuando nos enamoramos, dice entre risas:

-¡Serás cabrón! ¿Cabrona?

-Cabrona si no te importa. –Digo y sonrío.

-¡Serás cabrona! El tanga te sienta mejor que a mí.

Pongo las manos sobre mis caderas y contoneándolas de forma sensual replico:

-Claro.

Libro virtual " LOS OJOS DEL HERMANO ETERNO "

http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/ojos_hermano/ojos_hermano.html
un relato corto de Stefan Zweig.
.....



Si pinchas en el enlace puedes leerlo en un rato y además puedes acceder a otros libros; personálmente me gusta leer pasando las hojas de papel, acotando alguna frase que me interesa....
transcribo algún fragmento:
...No era su habitación lo que sus ojos veían, era su propia cárcel.
...La libertad es el más esencial de los derechos del ser humano y nadie puede negarla...

viernes, 17 de septiembre de 2010

La ReiNa DeL RiFLe

La afición de Lucy por las armas de fuego, no era gratuita. Su padre, el reverendo Brown presidía la asociación “Fuego y fe” en la pequeña localidad de Westerwille en el condado de Delaware (Ohio), de donde eran oriundos. Lucy creció rodeada de armas y desde muy niña, aprendió a manejar un revolver.
A los 6 años, exhibía orgullosa sus habilidades con las armas, en el Festival infantil de tiro”, algo que a su padre el reverendo, le hacia sentir muy orgulloso.
Acababa de cumplir los 16 y Lucy mantenía intacto el mismo entusiasmo por las armas de fuego. Desde hacia un par de años, formaba parte del “Club femenino del rifle”. Con el paso de los años, la joven había desarrollado un carácter introvertido. El prematuro fallecimiento de su madre, la austera educación del reverendo, y el hecho de no ser una muchacha con un físico agraciado, habían ayudado a ello. Pese a todo, Lucy seguía manteniendo su afición por las armas, y cada noche, arrodillada en el suelo, junto a su cama, rezaba por alzarse con el título de “Reina del rifle” en su Westerwille natal.
El día había llegado, y Lucy, que había invertido todos sus ahorros en un bonito traje que compró por catalogo, desfilaba orgullosa por la pista de baloncesto de su instituto, junto al resto de jovencitas candidatas todas ellas a tan preciado premio.
Un cegador halo de luz, la señaló como la elegida, al tiempo que en escenario se llenaba de serpentinas y confetis. Lucy, henchida de satisfacción, no podía dejar de sonreír, sin creerse lo que allí estaba sucediendo. Florence Dollan, la reina del año anterior le hizo entrega de tan codiciado galardón al tiempo que la coronaba como Reina del rifle. Exaltada Lucy exhibía orgullosa su premio, una Winchester 1330 con francotirador, levantándola en alto dejándose llevar por la emoción.
Perpleja comenzó a observar como los allí presentes, no dejaban de reír con alborozo. Hirientes carcajadas que transformaron aquel mágico momento en el peor día de su vida. Lentamente empezó a girarse hacia el fondo del escenario, donde horrorizada descubrió proyectada sobre la pared, imágenes furtivamente grabadas en las que se le podía ver repetidas una y otra vez, con las bragas a la altura del tobillo orinando en el campo. Desencajada se volvió a girar hacia el público allí presente que seguía riéndose en sus butacas ante las repetitivas imágenes. Impasible y taciturna, cargó con violencia su flamante Winchester y comenzó a disparar sin inmutarse sobre los allí presentes.

La PaELLa TóXiCA

¡Vixca Valencia! gritaban los allí presentes al paso de las autoridades que hacían entrada en aquel lujoso restaurante en la playa. Puestos en pie, los comensales no cesaban de aplaudir, mientras las fuerzas vivas tomaban asiento. Repartidos por las mesas, políticos, constructores, empresarios, personalidades afines, o mejor cojines, sobre los que reposaban las nalgas de un grupo de supervivientes al desaliento, que orgullosos alzaban sus copas, siempre bajo la atenta mirada de sus guardaespaldas, celosos de las puñaladas traperas que por allí se intuían. En el salón, no dejaban de sucederse fingidos saludos, adúlteros y adulterados abrazos e hipócritas sonrisas, cocinadas a golpe de talonario y de oportunas licencias, mientras, los aperitivos hacían su entrada. Los primeros brindis con vino de la tierra, abrieron la puerta a incontenidas risas, en un principio huecas, para dar paso a otras más sonoras y desbocadas. Mientras en la cocina, Ximo, que a sus 76 años seguía al frente de aquel Restaurante, se disponía a echar el caldo en la paella, cuando su nieto Ximet, que aquel día ejercía de improvisado pinche, sacó de su mochila un envase con aceite de hachis que, con cómplice sonrisa entregó a su abuelo, que lo vertió sin miramiento sobre la paella bajo la atenta y socarrona mirada de su nieto. Los primeros acordes del himno, dieron paso a los camareros que exhibían con solemnidad las paellas, como si de una pasarela de moda se tratase.
¡Xe que bó! gritaba desde su mesa un alto mando del ejército al tiempo que con descaro comenzaba a meter mano a un joven camarero rumano que le estaba sirviendo vino, dando paso a una generalizada orgía de desinhibición. Carcajadas descontroladas, palabras sin medida ni control, ponían sobre la mesa negocios escondidos, fraudulentas licencias, censuradas responsabilidades. A medida que el arroz desaparecía de las paellas, se desataban también los deseos carnales sin medida. La mujer de rojo que presidía la mesa, se abalanzó sobre una joven que tenía a su lado mientras comenzaba a besarla sin recato bajo la atenta mirada de un alto cargo de la iglesia que, aprovechando lo holgado de su vestimenta, empezó a masturbarse sin miramientos. Ya en pie, un hombre muy bien trajeado se rasgaba con euforia sus vestimentas al ritmo que imponían dos músicos que tocaban la dolÇaina y el tabalet, mientras no cesaba de gritar “No importa, tengo más”. Las risas desbocadas ahogaban aquel, ya reducido espacio mientras Ximet, escondido hacía fotos de todo lo que allí estaba ocurriendo al tiempo que invitaba a los músicos a salir del restaurante en dirección al mar. Los comensales, totalmente entregados a sus más bajos instintos, seguían cual flautista de Hamelin, a los músicos por la playa, en un peculiar pasacalle, al tiempo que de improvisada manera empezaban a desnudarse, convirtiendo el acto en un bonito homenaje a Sorolla. Un homenaje que nunca llegó a los ojos del pueblo, pese al testimonio gráfico de Ximet, silenciado una vez más por los medios de comunicación locales que, al día siguiente, abrieron sus informativos con la inauguración de una gigantesca pista de hielo en Valencia, la más grande de Europa, faltaría más….

jueves, 16 de septiembre de 2010

JACINTA GIL RONCALÉS Poema BURKA (transcribo un fragmento)



Poemario Espadas de arena

BURKA

Si pudiera, desnuda,
hundirme en el agua del río
mi dolorido cuerpo
echaría raíces en el fondo.

Raíces alimentadas por mujeres
sumergidas,
con las bocas llenas de rumores,
de palabras perdidas entre el cieno.


Señalaste caminos
a través de la niebla,
de fanáticos mensajeros,
que invocaban a su Dios,
arrastrando cadenas y cordeles.

Te cazaron, cortaron y sellaron,
abriendo heridas incurables
en lo más vivo de tu vida.

Te amarraron hasta desollarte
con burdas telas que cubrían tu rostro.
Dejaste de mirar el horizonte,
porque una espesa trama
de entrecruzados hilos
fragmentaba el paisaje...

viernes, 10 de septiembre de 2010

Batalla de Flores



Encontré a Carmen en La Alameda,cerca del Palacio de Ripalda, era el día de la Batalla de Flores tan solo teníamos 13  años, su pelo no era de color rojo, tampoco el mio era rubio..
Estábamos en el principio de una cómica adolescencia,  nuestros primeros tacones cubanos  y con nuestra niñez muy evidente ,aunque nosotras nos sentíamos muy mayores.   Comenzaron a pasar las carrozas lanzando  flores. En poco tiempo estábamos rodeadas de flores de múltiples colores, empezamos las dos a llenar nuestras manos y a lanzarlas con fuerza sobre los que estaban cerca de nosotras, allí estaba permitido tirarlas cuerpo a cuerpo, las dos eramos rebeldes aunque aún no sabíamos bien por qué causa y arremetíamos con fuerza lanzándolas como si fuera una verdadera batalla campal .
Nuestras risas eran de las que no podían parar. Terminamos tirándonos flores una a otra; en ese momento sentíamos que la Batalla de flores había sido creada solo para nosotras...esas risueñas meonas que al finalizar la fiesta habían dejado un charco alrededor de la fuente de la Alameda.
MO

UnA FaLLeRa En La LuNa

Dicen que es de bien nacido ser agradecido, y sin duda alguna Amparin lo era cuando en pleno mes de julio, y con un calor sofocante, decidió vestirse de fallera a fin de agasajar a los invitados de sus padres en la recepción que estos celebraron coincidiendo con las fiestas patronales de Denia, donde residían desde que su padre tomó posesión como alcalde de esta bonita localidad.
Amparin, siguió las indicaciones de su madre, y se dedicó a impostar durante la velada una ortopédica sonrisa a todos los invitados que aquella noche se encontraban en el paseo marítimo. El Ayuntamiento no rearaba en gastos, solo era cuestión de aumentar las contribuciones y la ocasión lo merecía.
Como final de fiesta, media docena de correfocs se hicieron paso entre los asistentes que, poco acostumbrados a este tipo de espectáculos, huyeron despavoridos con la presencia de los primeros cohetes. Todos menos Amparin, que impasible continuaba saludando con una mueca de horror disimulada por su eterna sonrisa.
Eran muchas las esperanzas que la fallera había depositado en aquella noche. Aquella velada, aquellos invitados, podían hacerla llegar muy lejos. Y así fue, cuando en plena orgía de fuego y petardos, un inoportuno cohete terminó enganchándose en uno de los moños de su peinado, provocando que Amparin se elevara con el, hasta perderse, cual estrella fugaz en la noche de Denia.
Mientras ascendía, siempre sin dejar de perder su sonrisa, los allí presentes pudieron escuchar resonando en la oscuridad de la noche, sus últimas palabras:
“Hasta el infinito y mucho más”
Dr.Magenta

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Papá

…Es papá- le dijo mientras le pasaba el móvil para que pudiera hablar con él.

Papá, mamá, quizás dos de las palabras más importantes en el vocabulario de un niño, pensaba intentando vaciar de contenido la palabra papá para que las emociones no se le atragantaran en la garganta…Esa palabra tanto tiempo deseada, todo un concepto arrasado por voluntad propia para que el dolor del vacío no se le apoderase en cada ocasión que era utilizada por ella hacia su hijo, todo un arte del fingimiento en el día a día en que su ausencia era tan presente como evitada, en el que vivir como madre separada y sola debe convertirse en sinónimo de fuerza y coraje porque así es como es la realidad, sin poder permitirse espacios para la nostalgia o el dolor de la pérdida de otro concepto igualmente potente: familia.

- ¡Te quiero mucho, mamá! Le dijo el niño como leyendo sus pensamientos, intuyendo su tristeza, ya crónica.
- Yo también cariño, yo también…

En su cara se pintó una especie de sonrisa suspendida en quién sabe que espacio o que tiempo, seguramente uno mucho más feliz…

Viaje

He visto caras salidas de otro tiempo, caras de Nodo, inexpresivas, carentes del brillo de la inteligencia, caras de campesinos endogámicos, sacadas de la misma tierra como si de tubérculos se trataran, caras analfabetas a su pesar, aunque habituadas a manejarse en las tareas más básicas con la destreza que da la ignorancia.
Rostros secos y arrugados, quemados por el justiciero sol, sin rastros de afeites o de deseos de agradar al prójimo, sin sonrisa, sin mirada cómplice porque el otro es siempre el enemigo, desconfiados, pobres de espíritu, rostros simples de vida simple, vacíos, orientados a sus objetivos sin capacidad de elevarse un ápice de más, con la espiritualidad cubierta del católico vengativo y ruin, hijos de un dios hecho a imagen y semejanza.
Gente mayor, diría que vieja, de lugares estancos con olor a rancio y mentes todavía más rancias que las estancias donde habitan.

…He visto caras que desearía no volver a ver.

martes, 7 de septiembre de 2010

eNTRe Las RoCAS

San Carlos de la Rápita, 20 Agosto 2010
Pasaban los días en san Carlos, y mis vespertinas escapadas terminaron convirtiéndose en uno de los mejores momentos de la jornada.
Salía del apartamento cuando comenzaba a caer la tarde, huyendo del calor, y me dejaba llevar por mis pasos perdidos, entre eternas filas de casas de veraneo, carentes del más mínimos interés.
La carretera ejercía de peligrosa frontera que me abría la entrada al mar. Caminando campo a través por inaccesibles e inhóspitos senderos, que me abrían la puerta a embrutecidas calas, salvajes parajes abandonados a mejor fortuna. En mi última tarde, decidí ejercer de improvisado explorador, para de inconsciente manera, perderme por tan atractivos espacios.
Comencé a pasear siguiendo mis propias huellas, recorriendo zonas por las que nunca había pasado en mi breve estancia en la zona. Una luz parpadeante me advirtió de la presencia de la carretera que dividía aquel término. Crucé con recelo tan comprometida vía, miré a mi alrededor sin ser capaz de reconocer la zona en la que me encontraba, hasta que reparé en un estrecho y desvencijado camino que se perdía en la oscuridad, y que inmediatamente me dispuse a atravesar. Lentamente me fui adentrando en un espeso bosque que cual paisaje después de una batalla, mostraba humillado sus heridas de guerra. Efímeros vestigios de un pasado reciente brotaban esparcidos por un suelo tan inmundo como carente de calor humano.
Media docena de pequeñas casas de campo abandonadas a peor suerte, se repartían a través de aquella tosca extensión. A medida que me adentraba por aquel camino, una impertinente sensación de miedo y desasosiego se hacia fuerte en mi alma.
Las casas, antaño refugio de efímeros veraneos, resistían con esplendorosa decrepitud. Sus puertas, forzadas por ajenas manos, yacían inertes en el suelo. Arrancadas a patadas, cubiertas de cristales, botellas de vidrio y todo tipo de vestigios que daban cuenta de continuos abusos cometidos durante años.
No sin cierta angustia, me acerqué hasta una de ellas. Para acceder, tuve que saltar un mugriento colchón medio quemado que bloqueaba su entrada. Con sigilo, me asomé por el hueco de lo que antes había sido una ventana, a fin de cerciorarme que esta estaba vacía, y entré con recelo a su interior. Una extraña sensación se apoderó de mi con fuerza, una mezcla de frió, miedo y angustia, provocada por un ligero aunque insistente olor a muerte que me mantuvo paralizado en tan inhóspita estancia durante unos minutos hasta que el eco de unas infantiles voces me sacarón de mi efímero letargo. Para cuando quise mirar, solo pude ver a través del hueco de una de las ventanas como dos niños, cruzaban corriendo en dirección al mar.
Me sorprendió descubrir a alguien en aquel entorno, sobretodo tratándose de un par de crios no mayores de 9 o 10 años, y a esas intempestivas horas. Salí inquieto de la cochambrosa casa e intente seguir el sonido de aquellas voces que poco a poco se iban perdiendo en la penumbra del atardecer. No era el lugar adecuado para que jugasen dos niños, ni siquiera lo era para mí. La oscuridad se estaba empezando a hacer fuerte y aquel sitio cada vez se me insinuaba más como el típico lugar al que acuden los yonquis a chutarse amparados bajo inmundos techos, aislado de la carretera, del mundo….
Entre desperdicios, bolsas de platico inquebrantables al reciclado, mugrientos condones quemados por el sol, y alguna que otra jeringuilla enquistada en tierra llegué hasta un pequeño muro por el que se accedía al mar, a través de una deteriorada escalera de piedra, antaño testigo de emotivas jornadas playeras. Antes de bajar por ellas, pude contemplar como los dos niños seguían jugando al tiempo que recogían piedrecillas entre las rocas. Los observé con la atención que la escasa visibilidad me brindaba, hablaban en francés, alemán, quizás… no se, apenas podía escuchar con el ruido de las olas chocando contra las rocas. Me llamó la atención el hecho de que a esas horas de la noche vistieran con bañador, camiseta y unas sandalias de goma como las que recuerdo se llevaban cuando yo tenía esa misma edad. Una inoportuna llamada en mi móvil, provocó que los dos niños alzaran la vista y cruzáramos nuestras miradas durante escasos segundos en los que sus ojos inmutables se clavaron en los míos, con una mirada ausente, perdida y tremendamente triste que a día de hoy no he conseguido olvidar y que esquivé, aprovechando para cancelar la impertinente llamada al tiempo que comenzaba a bajar las escaleras.
Descendí con cuidado, esquivando cascotes, piedras e irregularidades varias hasta llegar a las rocas, donde sorprendido descubrí que aquellos dos niños ya no estaban allí. Recorrí con la mirada aquel reducido espacio sin encontrar rastro de su presencia, insistí atravesando el lugar, las diferentes rocas por las que les había visto jugar. La oscuridad se apoderaba por minutos de aquel lugar, y quise convencerme de que quizás mi imaginación me jugó una mala pasada y que realmente nunca vi. a nadie entre aquellas rocas. Debía irme antes de que me resultará mas difícil llegar a la carretera no sin la inquietud que me provocaba el pensar en el destino de los dos pequeños, si es que estuvieron allí alguna vez. Cuando me disponía a ascender las escaleras de camino a la carretera, algo llamó poderosamente mi atención. El pequeño cubo en el que depositaban las piedras que recogían, luchaba cuerpo a cuerpo contra las rocas. Me acerqué con cuidado de no caer entre ellas, una convulsa ola arrastró consigo el pequeño cubo cargado de piedrecillas en el que se podía leer “Montreal 76”. Le seguí con mi mirada hasta que el mar en su inmensa oscuridad lo devoró.


A duras penas conseguí salir de tan siniestra cala, salir a la carretera y volver a casa. Intenté olvidarme del tema, pero después de una larga y desvelada noche, me lancé sobre el ordenador intentando encontrar respuesta a todas mis preguntas. Investigue en las páginas Web de los diarios locales para ver si daban cuenta de la desaparicion de algún niño el día anterior. Afortunadamente ninguna información se hacia eco de esta noticia, hasta que un enlace, un infortunado enlace sobre el camping de Les Alfaques situado en la misma zona por la que había estado consiguió dejarme helado cuando el termómetro marcaba en ese momento 36 grados.

http://www.mundoparapsicologico.com/142-A_Los-Alfaques-28-anos-de-apariciones-fantasmales-tras-la-muerte-de-216-personas

domingo, 5 de septiembre de 2010

JACINTA GIL RONCALÉS Autorretratos de distintas épocas

  
  Jacinta une su trabajo, pintura ,escritura, creadora y luchadora social, una mujer que hay que conocer y reconocer su gran trabajo.
   Su último libro  de poemas , ESPADAS DE ARENA , no  ha tenido la posibilidad de editarlo, es una lástima que estos poemas con la fuerza de Jacinta ,sean aún desconocidos.
Desde aquí mi agradecimiento pues he podido leerlos y disfrutarlos, gracias a una fotocopia de sus poemas inéditos que me ha regalado.
!Gracias por tu generosidad! Espero pronto ver publicado Espadas de arena.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El viaje de regreso

Llevaba varios días navegando en círculos alrededor de la séptima luna del planeta Talzos. El sistema de comunicaciones estaba inservible y si retomaba curso hacia Talzos, no estaba seguro de poder controlar la nave, y mucho menos de hacer un aterrizaje en condiciones.
Apenas me quedaba oxígeno, de modo que pensé que lo mejor sería arriesgarme, y confiar en que los controles de navegación aguantasen el tiempo suficiente. Abandoné la órbita y me puse rumbo a Talzos. Durante el trayecto, tuve que corregir el rumbo innumerables veces. La cosa no iba del todo mal, salvo mi cansancio que crecía exponencialmente, hasta que la computadora de navegación me dio el aviso: control de navegación inoperante. El rumbo se mantenía fijo hacia Talzos, de modo que el aterrizaje, aunque fuera a 3000 kilómetros por hora, estaba asegurado. Disponía de al menos una hora antes de llegar, así que intenté reparar aquella maldita computadora. No había manera. El tiempo se me acababa. Entonces una idea descabellada pasó por mi mente. Saltar de la nave con un traje espacial. La idea era estúpida de verdad. A esa velocidad, si me daba un golpe contra el casco de la nave, no quedaría de mí más que migajas. Y aunque lograse sobrevivir al salto, no había seguridad de que otra nave pudiera encontrarme. Estaba bien jodido. El cansancio se me apoderaba mientras Talzos se hacía grande en la escotilla. Pero entonces, quizá por un funcionamiento anómalo de mí cerebro debido a la falta de oxígeno, recordé que los nuevos trajes espaciales de la bodega, llevaban una baliza de posición. De modo que me dirigí allí, me puse uno de aquellos trajes y fui a la compuerta más próxima. Sin extraer el aire del compartimento estanco, abrí la compuerta exterior, permitiendo que el vacío me succionara lo más lejos posible. Evité cualquier impacto contra el fuselaje y vi pasar la nave por debajo de mis pies.
Tengo oxígeno de sobra y la baliza está activada, las patrullas no tardarán en encontrarme. En cuanto a mi nave… bueno, creo que estoy despedido.