martes, 8 de junio de 2010

El tema...Relato de terror

EL VIRUS DEL MIEDO
La lluvia caía impetuosa sobre las aceras, tratando de penetrar en el subsuelo para esconderse, huyendo de algo imperceptible para el ojo humano. El cielo descargaba sin piedad su furia contra la ciudad, como si un dios vengador hubiera decidido arrasarla. La tormenta iluminaba los árboles otorgándoles el aspecto de figuras incorpóreas, de animales extraños acechando a su presa. Era una noche de perros, una de esas que deshabitan las calles, que a veces te obligan a caminar rápido y a no volver la vista, porque al mirar atrás podrías convertirte en la mujer de Lot. Y, en cambio otras veces, te obliga a medir tus pasos, a detenerte, asegurándote que al camino se halla libre antes de continuar.
Bajó al metro calado hasta los huesos mientras la escalera mecánica se quejaba del peso de su cuerpo. En el andén apenas cuatro valientes como él, callados, pensativos, cansados, con la mirada perdida en algún recuerdo del día, ansiosos por llegar a casa. El metro no tardó en llegar y suspiró agradecido, no le apetecía conversar con nadie, había sido un día duro, tenía frío y estaba mojado. El tercer vagón estaba vacío, siempre subía en el mismo, ni el primero, ni el último, el tercero era el elegido. Allí viajaban sólo él y el silencio, cuya presencia terrible era rota por el chirrío de aquel animal metálico al deslizarse.
No lo vio llegar, no lo oyó llegar, ni si quiera se escuchaba su respiración a pesar de estar tan cerca. Sólo notó una sombra deslizarse hasta sentarse junto a él. Debía tener unos treinta y pocos años, vaqueros arrastrados por el suelo, cordones desatados, sudadera con capucha permitiendo ver parcialmente el rostro. Su ropa oscura y su tez pálida como la nieve sobre un cementerio. Al mirarlo sintió que el centro de su estómago se congelaba. Sus nervios se tensaron, sus músculos se petrificaron, no era capaz de iniciar la huída que deseaba acometer con todas sus fuerzas.
-       Hola Simón. Te andaba buscando.- Dijo el acechador nocturno.
Silencio.
-       ¿No dices nada?. ¿Tienes miedo?. No lo tengas hombre. El miedo no se define, se siente, se provoca. Muy pronto, amigo, solo existirás cuando lo causes. ¿No me miras?. No sabes quien soy, ni de donde vengo, pero regresaré.
En ese instante las puertas del metro se abrieron. Simón hizo acopio de fuerzas y se precipitó en el andén. Respiró aliviado, la conversación había terminado, pero en su mente aún resonaban las palabras: regresaré.
Al entrar en casa no vio nada fuera de lo normal. Caminó despacio y encendió la luz. Los libros permanecían en el sofá, el vaso de whisky sobre la mesa, nada diferente. Cerró las persianas y bloqueó la puerta con sillas.
-       Es absurdo, estoy en casa, no hay nadie. Solo era un loco. –Dijo en voz alta para tranquilizarse.
Pero un miedo inexplicable, enfermizo erizaba el bello de su piel adueñándose de su voluntad. Antes de dirigirse a la ducha efectuó una parada en el mueble bar para liquidar una botella de whisky, quería que el mundo fuera de color ámbar y no negro intenso como lo era en ese instante. Se metió en la cama pero no durmió, el miedo no le dejó.
El día amaneció tranquilo, en la calle no quedaba rastro de la noche anterior. Decidió no ir a trabajar. No salió de casa ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles… No volvería a salir de casa porque un miedo irracional poseía todo su ser. Se arrancó los ojos porque no quería ver lo que sucedía fuera, los hizo estallar en sus manos como fruta madura. Se mordía las uñas, era un antiguo vicio, pero cuando no le quedaron comenzó a mordisquear sus dedos, sus manos. Intentó arrancarse la piel para no sentir, pero el dolor era tan intenso que solo pudo despellejarse el antebrazo. Se puso en pie y recorrió las estancias sirviéndose de la pared de la derecha como guía. Un monstruo movedizo recorría sus venas, escogió un cuchillo y se arrancó el corazón mientras el mundo perdía su dimensión para él. Nadie sabe lo que hizo el miedo al ver muerto a su adversario pero su dios no movió un músculo para ayudarlo.
Oscuridad. Dolor. Muerte.
Se había desatado una tormenta espectacular, de las que dejan a su paso una riada de daños, tejados desplomados, árboles caídos, desaparecidos. Aún no llovía, pero los relámpagos habían comenzado a estallar. La muchacha caminaba deprisa, no quería mojarse. Llegó a la estación de metro, estaba desierto, ni un alma. El convoy llegó y subió en el tercer vagón. Siempre subía en el  mismo. El tres era su número de la suerte. Era la tercera hija, la tercera de su promoción, la tercera asociada, la tercera pareja de su chica. Un suceso banal provocó que un aire irrespirable se adueñara del ambiente. No veía a nadie, no oía a nadie pero había alguien. No podía identificar la amenaza, no era un miedo concreto, era una sensación de peligro. Una corazonada. Al mirar a su lado había un hombre, sus ojos eran un vacío y de su antebrazo colgaba el pellejo. La muchacha se quedó petrificada.
-       No temas. No podrás huir del virus del miedo. Si quieres vencerle no te escondas.
La muchacha apoyó su mentón sobre las rodillas y permaneció así unos instantes interminables hasta recobrar el aliento.  
Oscuridad. Soledad. Silencio.                                                                                                        
Yolanda

3 comentarios:

TERTULIADISPERSA dijo...

No se si voy a poder hacerle justicia Yolanda. Se me ha quedado un nudo en el pecho al leerlo. Cuando empieza a mutilarse el protagonista me quedo petrificado leyendo. Se nota que hay calidad en tu relato. Aún me dura el miedo...
Salva

Yolanda dijo...

Gracias, Salva. Al releerlo he visto alguna cosilla que rectificar. Es lo que tiene que la salud no acompañe en ciertos momentos.

TERTULIADISPERSA dijo...

me ha puesto la piel de gallina...aunque si es ciertoooooooooo, los miedos solo existen en nuestra imaginación.