Arrodillado en el suelo, Mario disponia con esmero las distintas piezas sin poder evitar sentir cierta nostalgia cada vez que se enfrentaba de nuevo al reto de montar un puzzle.
Apenas era un niño cuando su madre le inculcó la afición por esta disciplina. Mario nunca fue un niño travieso, apenas tenia amigos, y gustaba de pasar sus horas de ocio en casa, leyendo libros de aventuras, viendo la tele…
Tenía tan solo 7 años cuando su madre le regaló su primer rompecabezas. No era la primera vez que tenia uno entre sus manos. Su madre pasaba horas y horas en la penumbra de aquella sala dedicada a tan paciente afición. A Mario siempre le había fascinado como a partir del caos repartido en todas aquellas pequeñas piezas, podían crearse bonitos paisajes, reproducciones de clásicos del arte o emblemáticos edificios.
Una ligera sonrisa ilumino su pálido rostro al tiempo que un esbozo de emoción se dibujaba en el azul de sus ojos al recordar tantas y tantas tardea a la sombra de su madre en aquel mismo salón. Cientos, miles de pequeñas piezas habían pasado por sus manos, colmando su vida de sosiego y serenidad.
Esta tarde, allí arrodillado en el suelo, Mario se enfrentaba a su mayor y posiblemente último reto. Atrás quedaban horas, días, años de silencio, de soledad. Había llegado el momento de compartir, compartir su vida y encontrar a una mujer con la que ser feliz. Con esa misma serenidad que su madre le había infundido, Mario fue organizando las distintas piezas de aquel complicado puzzle, ajeno al timbre de la puerta que no dejaba de sonar con insistencia.
- Adelante, ordeno el inspector Suárez al tiempo que se retiraba de la puerta. Un golpe seco en forma de patada bastó para que esta se abriera.
En cuestión de segundos una docena de policías había tomado el vetusto caserón. Caminaban en penumbra, la misma penumbra que invadía aquella decrépita casa. Un intenso olor a muerte inundaba la vivienda conforme se iban acercando al espacioso salón principal. Un hedor, tan intenso que conseguía anular el provocado por la basura que se amontonaba por los distintos rincones, corrompía todos y cada uno de las distintas estancias de aquel caserón.
Cientos de moscas pululaban excitadas antes la impasividad de los agentes que a duras penas podían contener sus nauseas.
- Mario Pastor, grito el inspector parapetado tras una columna.
- Levántese del suelo con los brazos en alto, esta rodeado….
Mario se levantó lentamente.
- Todavía no he terminado mi puzzle, dijo con un tono de voz apenas audible.
Un potente halo de luz iluminaba a Mario. El hombre ausente y perseverante tenía la cara manchada de sangre, la misma que salpicaba con descaro todo su cuerpo. Lentamente los agentes se fueron acercando, esquivando con horror las distintas piezas de aquel macabro rompecabezas que les rodeaban en una turbia penumbra tan solo quebrantada por una docena de halos de luz y el inquietante zumbido de cientos de moscas que revoloteaban inquietas entre brazos, piernas, cabezas, restos de distintas mujeres con un fatal destino.
A pesar de llevar casi 20 años en la policía, el inspector Suárez no pudo evitar sentir un terrorífico estremecimiento cuando los brillantes ojos azules de Mario se posaban sobre los suyos mientras esposaba sus manos heladas. A los pies de Mario, el cuerpo desnudo y desmembrado de una mujer creado a partir de distintos cuerpos mutilados, cubría la señorial alfombra de aquel salón.
- No he terminado mi puzzle, dijo Mario al tiempo que abría uno de sus puños mostrando un par de ojos verdes cubiertos de sangre….
3 comentarios:
OH! que gratificante!!
Salva
Sangre y visceras,que rico.Xlo
Me ha gustado el planteamiento del escrito; la descripción del lugar del suceso es impresionante, he sentido las nauseas de los agentes, también miedo y tristeza.
! Y que a nadie de la tertulia se lo ocurra llevar un cuchillo¡ que no vuelvo.
Mo
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