miércoles, 2 de junio de 2010

FOBIAS



-          Mierda, las ocho.- Maldijo Dunia con el ceño fruncido al escuchar las señales horarias en la radio. -  Llegaré tarde otra vez.

Hacía tiempo que la luz había dejado de filtrarse a través de la persiana. La pereza se había adueñado de su voluntad. Siempre le sucedía lo mismo  en  esos días de invierno, en los que la humedad se filtra en los huesos  como cristales rotos y el frío tiñe de un color azulado la piel. Odiaba el frío, odiaba el invierno, odiaba la lluvia.  Le sacaba de quicio esperar y por ello no le gustaba hacer esperar. Pero todo lo que en un tiempo fue puntualidad desde hacía unas semanas se había convertido en retraso. Tenía que terminar aquel maldito balance y se había demorado, tal vez intencionadamente, más de lo necesario. Su trabajo consistía en jugar con números, esa era la respuesta que daba a la estúpida pregunta de ¿y tú a que te dedicas?, pregunta con la que empezaban siempre sus primeras citas. No mentía, todo era un juego, un juego de adultos. Colocar los números aquí, colocarlos allá, buscarles acomodo hasta encontrar el resultado deseado. Era como hacer un sudoku.
Apagó el ordenador y se metió en la ducha. La sensación del agua resbalando por su cuerpo le ayudaba a cambiar la perspectiva de las cosas. Vestido rojo, no demasiado provocativo. Negro demasiado serio. Azul, sí azul estaría bien. Azul, hace juego con tus ojos, diría él. Apostaría lo que fuera a que esas serían las primeras palabras de Leo. Era tan predecible.
Llamó a un taxi, el trayecto duró más de lo esperado. Estaba segura que existía una ecuación que hacía que los atascos se multiplicasen en longitud y duración en los días de lluvia, si  consiguiera resolverla. El taxista, tras varios intentos infructuosos, desistió de la intención de mantener una conversación con su pasajera y encendió la radio. El resultado del IPC adelantado hace presagiar… ahora no pensó Dunia y dejó escapar su mente. Semáforos rojos, paraguas, charcos, esa baldosa suelta que al pisarla salpica los zapatos, el limpiaparabrisas. Sabina la despertó No se puede afirmar que me engañaba cuando me mentía. No estaba segura de lo que sentía por él. En cambio, si creía saber lo que él sentía por ella: nada. No sabía estar  solo, esa era su conclusión.
Bajó del taxi y entró en el restaurante. Allí estaba él, atractivo, impaciente.
-          Llegas tarde otra vez .- Sentenció él con tono de reprobación.
-          Lo sé. El trabajo, la lluvia…
-          Sin escusas. Sentémonos. Me encanta ese vestido azul, hace juego con tus ojos.
-          La misma palabrería de siempre.- Musitó Dunia.
-          Me he tomado la libertad de pedir.
En aquel momento el camarero apareció con los platos. Dunia palideció al verlo y miró atónita a Leo. ¿Nunca escucháis cuando se os habla?
Tenía cinco años y estaba de nuevo en la casa familiar. Del verano anterior sólo recordaba al maldito gallo que llenaba de picotazos su trasero cada vez que entraba en el gallinero. Y las escaleras, peldaños enormes que tenía que subir a cuatro patas y bajar a culadas. En aquella tierra olvidada todas las tardes se parecían, el calor insoportable daba paso a un ejército de nubes que lo invadía todo y, de repente, comenzaba la batalla. Lluvia, relámpagos, truenos, rayos… El cielo estaba tan cerca que siempre tuvo la sensación de poder tocarlo si estiraba un poco el brazo, de poder agarrar uno de esos rayos que partían en dos los chopos del río.
-          No te asustes. Ese es San Pedro arrastrando las arcas.- Le decía su abuela.
-          Jo! Con San Pedro, que arcas más grandes debía tener. ¿Estarían llenas de juguetes como la suya? O mejor aún, ¿de chocolate?.
Tras un par de horas todo cesó y sus padres se disponían a salir como todas las tardes después de la tormenta. Esta vez no se irían sin ella. Se calzó las botas de agua con gran esfuerzo, se abrigó y esperó en la puerta.
-          Si vas a venir con nosotros necesitarás un cubo

Miró a su alrededor y agarró el cubo de playa que se encontraba en el montón de la arena. Botas de agua, ropa de abrigo, cubo, perfecto ya estaba preparada, solo faltaba saber donde iban.
-          Vamos a buscar caracoles
La tarea no le resultó difícil. Descubrió que donde había uno había más, además, era fácil localizarlos con esa senda que dejaban al desplazarse. Pronto el pequeño cubo de playa estuvo lleno, lo dejó bajo un árbol y se fue junto a sus padres. Cuando volvió a por él:
-          Ay! .- no acertaba con las palabras, estaba pálida.- tienen cuernos y son asquerosos.
Desde aquella tarde habían transcurrido muchos años pero seguían dándole asco los caracoles. Volvió a mirar el plato y salió apresuradamente del restaurante. Hacía mucho tiempo que había superado su fobia, sabía que eran inofensivos y que jamás la atraparían en una carrera. Sabía que no saldrían detrás de ella. Y Leo, ¿lo haría?. Extraña forma de acabar una relación.
Yolanda Gomez

3 comentarios:

TERTULIADISPERSA dijo...

Gracias por tu nuevo escrito, me resulta interesante como has entrado en el mundo de las fobias....los caracoles , las palabras no oidas o no escuchadas.
Mo

Yolanda dijo...

La agradecida debo ser yo. Gracias.
Lo de ver mi nombre escrito al pie ha sido un shock, demasiado tímida para estas cosas. Ah! pero le falta una "A" aunque así suena más internacional.
En serio, GRACIAS.

TERTULIADISPERSA dijo...

Han habido algunos detalles que me han gustado mucho Yolanda, como la ecuación para resolver atascos, me he reido mucho con esta. Realizas muchas descripciones, eso es algo que a nosotros a veces nos falta. continua continua!
Salva