Bajé a la cocina y le dije a Cristal: Cuando se vaya mi tía al Ateneo me avisas. Mi tía tenía unas amigas y solían ir todas las tardes al Ateneo a jugar un rato a las cartas. Cristal llamaba a las amigas de mi tía las “pellejos” pues estaban deseando que llegase el frío para ponerse los abrigos de piel.
Cuando Cristal me avisó, me bajé y fui a la tienda de ultramarinos de la Sra. Angelita.
-Sra. Angelita, deme el ramo de flores que le he dejado antes. Cuando volvía de la carnicería con el Marqués, había dejado el ramo de flores en la tienda de la Sra. Angelita para que mi tía no lo viera y no preguntase.
-Toma Mona bonica –dándole el ramo de flores.
Yo me subí enseguida a mi habitación y puse el ramo en un jarrón. El olor de las rosas era tan intenso que embriagaba.
-Como se entere tu tía vas a ver el enfado que coge. Además ese chico no te conviene pues es un viva la vida –dijo Cristal a Mona.
Cuando volví a mi habitación el aroma de las rosas impregnaba cada rincón de ésta. Me senté delante de la cómoda y comencé a cepillarme el pelo. De repente vi sobre la cómoda el pañuelo que me había dejado el Marqués cuando me pinché con las flores. Lo cogí y me lo llevé a la nariz, como el Marqués lo llevaba en el bolsillo de la chaqueta el pañuelo olía al Marqués. Comencé a olerlo frenéticamente y sentía el aroma del cuerpo del Marqués, esto me excitaba mucho. El olor a macho que emanaba de aquel pañuelo me causaba sensaciones lividinosas que sacudían hasta el último pliegue de mi piel. Finalmente no pude soportar más esta situación y al mismo tiempo que olía el pañuelo comencé a tocarme, lo que me causaba un placer casi infinito.
El Rancio
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