jueves, 1 de julio de 2010

Donebastian

En el año de nuestro señor 288, un soldado romano, halló la muerte. Había llegado a ser jefe de la primera corte de la guardia imperial pretoriana, pero su condición de cristiano, le llevó ante el emperador Maximiano. Este, mandó que cayeran sobre él innumerables flechas. El soldado sobrevivió y regresó ante el emperador para maravillar al pueblo y desacreditar el poder del Cesar. Aquel soldado murió definitivamente a base de latigazos, y pasó a ser conocido, como San Sebastián mártir.


En los siglos sucesivos se construyó un monasterio en la región de Izurum, sus monjes, aterrorizados por la peste, se encomendaron al santo San Sebastián, quien había sobrevivido a una lluvia de flechas, para que les protegiera. El monasterio fue bautizado con su nombre, y años más tarde, lo sería también la ciudad.



-Mi señor abad, han llegado nuevas de la cuidad de Kaffa. Los tártaros sufrieron un brote de peste durante el asedio, y las bajas las lanzaron en catapultas dentro de la ciudad. ¡Los genoveses acabaron rindiéndose señor abad, la peste les afectó también a ellos, se contagiaron con los cadáveres!

-Fray Luar, ¿qué pretendéis decirme con tan enmarañadas explicaciones? ¿Qué habéis vuelto a hablar con vuestros amigos Franciscanos? ¿Qué han vuelto a enturbiar vuestra mente con sus sacrilegios científicos?

-En absoluto mi señor abad, lo que digo, (dijo con gesto de reverencia), es que parece haber una relación directa entre los cadáveres y el contagio de los genoveses.

-Los genoveses podrían haber estado ya contagiados antes de recibir los cadáveres de sus enemigos.

-Pero Reverendo Padre, hacía años que en Génova no se registraba ningún caso, y los supervivientes juraron que el contagió se produjo después de que les llovieran los cadáveres de esa forma tan aterradora.

-Muy bien Fray Luar, ¿A dónde queréis llegar?

-Mi señor abad, de sobra echamos de ver las cualidades purificadoras del fuego.

El abad enderezó la columna, se hizo más alto y esbelto de repente, giro lentamente la cabeza hacia Luar y le miró de forma intensa con semblante severo. Luar continuó:

-El fuego lo usamos para combatir el mal. ¿Y no es pues la peste un castigo de Dios al hombre, por haberle dado la espalda? Es entonces nuestro deber combatir ese mal como lo es combatir al maligno. El fuego es nuestra arma, si lo usamos para quemar cadáveres y ropas, podremos detener la peste para que no acabe con nuestro San Sebastián.

-Fray Luar, vuestras palabras están llenas de demencia y blasfemia. Venís siempre a mí con ideas ridículas. Si vuestro padre no fuera amigo del obispo, hace tiempo que os habría…

Sus miradas se cruzaron en el pasillo. La de Luar era ingenua y sumisa, la del abad era directa y amenazadora.

-Dirigíos a los rezos y luego a vuestros aposentos para reflexionar sobre la gravedad de vuestras palabras.

-Si Reverendo Padre.

Un mes después se produjo un incendio que consumió todo San Sebastián, pero que detuvo la peste y en el que murió el monje Luar. En los siglos sucesivos otros cinco incendios quemaron por completo la ciudad. Los brotes de peste finalmente remitieron, y la ciudad fue reconstruida en piedra, y no en madera.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sorprendida por este cambio de registro..."caminante , no hay camino, se hace camino al andar....."

Dr.Magenta dijo...

Los cambios de registro son habituales en este blog, he echado de menos un paseo por la concha, unos pintxos en lo viejo, un atardecer en la playa de Gros...soy muy fans de Donosti.

Pablo dijo...

Gracias Mo!!
Hay doctor pero es que un servidor no conoce Donebastian y aleshores pensé hacerlo de una época que nadie conozca...
Le falta elaboración, salió a trompicones al escenario.