jueves, 20 de mayo de 2010

La sangre es más dulce que la miel.

La noche es insípida, como todas las noches desde que me quedé sola. Mi amado y toda la gente que conocía han muerto, otra vez. No tengo a nadie en este mundo excepto a mis congéneres vampiros. Sí, soy vampira, desde la época en que Roma perseguía a aquellos pobres cristianos, allí nací y fui convertida a los 32 años. Viví muchos años como vampira, y luego muchos más. Creo que llevo algo menos de una década vagando por estos bosques; me recuerdan a los de mi infancia. Me alejé de todo contacto con la civilización y con la gente. Y me quedé sola para no sufrir más. Me estoy alimentando de la carne cruda de los animales que cazo. Al contrario de lo que muchos piensan, los vampiros tomamos comida como los mortales, y la disfrutamos mucho, más que la sangre debo añadir. Aunque la sangre la necesitamos para vivir, el resto de la comida es… un capricho para mí, y sobre todo… los dulces.
Mi instinto de supervivencia debió hacer presa de mí, pues mis pasos se encaminaron al pueblo, cosa que no hacía en años, y me acercaron hasta Lever du jour . La posada estaba regentada por un tal Clode, no recordaba a sus padres ni a sus abuelos pero sí a sus bisabuelos. Cosas de ser vampiros. Allí fue donde le vi por primera vez. Estaba de pie sobre una mesa y la gente hacía un coro a su alrededor. Hablaba sobre lo mal que estaba haciendo las cosas Luis XVI, y que se le estaba oponiendo la burguesía y la nobleza. Parecían tiempos de cambio, y yo allí embelesada con la voz de aquel joven. Solía llamar así a los humanos que me gustaban, su aspecto era el de un hombre de unos 45 años y el mío el de una mujer de 35, pero para ser sincera yo tenía unos cuantos más que él. Descubrí que era Patrick de la Fayette, el hijo de la condesa, y que al día siguiente había una fiesta en su honor. Blanche Foncé no se la perderá. Ese era el nombre con el que me conocían por estas tierras, una joven viuda que curiosamente era hija de otra joven viuda y así llevaba ya 6 generaciones.
La condesa había invitado a toda la alta sociedad de la ciudad. La fiesta sería para celebrar la llegada de su hijo Patrick. Yo asistí encantada, por supuesto, estaba obnubilada por la idea de conocer a tan apuesto joven.
-Patrick de la Fayette… le presento a Madame Blanche Foncé.
No quise parecer descarada, pero me agarré a su brazo para poder apartarlo del grupo mientras le dirigía a los jardines.
-Le oí anoche en la posada Lever du jour.
Solo necesité decirle esto para captar de repente toda su atención, su expresión, había abandonado la mueca falsa para buscarme ahora… cómplice.
-Una dama de su posición no debería alternar lugares tan oscuros.
¬ -Y que decir tiene un hombre de la nobleza.
Nos cruzamos una leve mirada aliñada con una pizca de sonrisa, mientras nos adentramos solos en el jardín.
Una vez allí, nos sentamos en uno de los bancos de piedra tallada. Comenzó a hablarme de la situación que se vive estos días en Paris, yo intentaba disimular mi sorpresa claro, quién no había oído hablar sobre las hambrunas, las guerras, y el despilfarro de la corte en esos días, salvo una vampira insociable como yo… Le escuchaba fascinada como la noche anterior, rodeada por los aromas de la incipiente primavera, que para disfrutar debía hacerlo con respiraciones sumamente meditadas, pues el corsé que oprimía mi pecho parecía una pieza de tortura del Medievo, de hecho sí lo parecía. Como echaba de menos las túnicas de mi vieja Roma… Pero sentirme así, viva y con ansias de vida de nuevo después de tantos años de soledad, me hicieron sonreír y desear besarle. Esa pasión que ponía en sus palabras, esa entrega a la vida misma. Ese latir de su corazón, fuerte y fuerte muy fuerte, que se metía poco a poco en mi cabeza como el redoble de un tambor que te incita a la guerra. Pude ver que él se mostraba también interesado, cierto es que pocas mujeres de este tiempo muestran interés en la política. Mi color de piel, pálido aunque no tanto como sería de esperar en alguien de mí especie, no desentonaba en el paliducho siglo XVIII. Mi atractivo era pues razonable, aunque sí mostró un especial interés en mis ojos, de un azul casi alvino, que según dijo estaban llenos de una fuerza vital, capaz de arrebatar el alma misma a un hombre.
– ¡Ah! No sabéis cuan cierto es.
Puse el abanico delante de la cara para que viera únicamente mis ojos, al tiempo, yo abría y estiraba un poco la boca, soltando un leve bufido. A veces resulta incómodo ocultar tanto rato los colmillos. La conversación continuó por otros derroteros, la agitación en las calles había llegado hasta palacio, y el propio rey comenzaba a dudar de la lealtad de los nobles. Nobles que como el propio Patrick, habían comenzado a hablar en contra del rey y su política. Le pregunté pues si no temía por su vida, el rey era poderoso y déspota, y por lo tanto era de esperar que hiciera todo lo posible para mantener su poder a cualquier precio. Él me contestó:
-Alguien tan joven como vos no debería pensar en la muerte.
-Creedme Mesieur, no pienso en otra cosa, y… tal vez no sea tan joven como pensais.
Volvimos a la fiesta, ya nos habíamos ausentado bastante, un chico pasó con una bandeja con miel y fresas, un capricho de la condesa. Tomé una y la probé, ¡umh! Estaban deliciosas.
-¿No le gustan Mesieur ?
-No, la miel me parece demasiado empalagosa.
-A mi no, le da el toque justo para matar la acidez de la fresa.
Miradas insinuantes para una noche apasionante como ya no podía recordar. Por otro lado también es cierto que los vampiros, no tenemos el gusto como los mortales, y por lo tanto disfrutamos de los alimentos de un modo muy intenso pero diferente. La maldita sangre es algo que necesitamos, pero tan insípida…
El ansiado momento había llegado. Me vestí de campesina para no llamar la atención… No, para poder llevar ropa más suelta, unos zapatos que poder quitarme fácilmente para correr descalza, si, quería correr, correr como solía hacer antaño cuando me iba de caza por los bosques Dináricos. Corría y corría, saltaba de rama en rama cuando me apetecía. Hacía paradas en seco en las copas de los arboles. Aullaba igual que un lobo, confundiéndome con uno de ellos. Alcanzaba velocidades inverosímiles para un humano, y una fuerza, que cuando me concentraba, me permitía arrancar una rama del tamaño del muslo de un hombre, de un puñetazo. Esa noche grité y grité, reí como hacía tiempo, y ahora solo deseaba llegar, y verle.
Llegué hasta Lever du jour, pero él no estaba. Oí ruido en el callejón de atrás, unos hombres estaban forcejeando. ¡Patrick! Creo que llegué antes que el sonido de mis propios pasos, alcancé a esos hombres con golpes que ni siquiera pudieron ver. Hinqué los colmillos en uno de ellos, y chupé de él la mitad de su sangre en unos 3 segundos. Patrick ya estaba muerto, había llegado tarde, me agaché junto a él y le aparté el pelo de la cara. Extendí el dedo corazón y con la yema del dedo recogí un poco de su sangre, me la pasé por los labios y la saboree.
-Mesieur, su sangre es más dulce que la miel.
Un par de lágrimas rojas cayeron por mis mejillas.

4 comentarios:

Dr.Magenta dijo...

Me gusta mucho sobre todo por las novedades que has introducido en el universo vampírico. Me gusta que la protagonista sea adicta al dulce y desmitifique tantos tópicos vampíricos.

Estoy dijo...

Poco a poco adentrándome en este mundo que siempre me había dado pánico, gracias a ti ,sé la metáfora y la fantasía que esconden...Espero poder ver una peli de miedo sin tener que taparme los ojos...he mejorado, leerlos ya no me asustan

Dr.Magenta dijo...

No te preocupes MO que una peli de miedo conmigo es mas llevadera soy muy solidario ocn el miedo, acuerdate de El orfanato...jajaja

TERTULIADISPERSA dijo...

Lo del dulce se lo debo a usted doctor!! recuerde que el pie para el relato, (el titulo) me lo dio vd. Y no sabes como me alegro Mo, espero que algún día puedas leer de mi mano a una vampiresa alegre y juguetona con la vida, y no la clásica ladrona del fluido vital.
Salvador Gil.