jueves, 20 de mayo de 2010

Agua

Fue hace muchos años. Mis amigos del colegio y yo, nos fuimos a probar unas barcas que habíamos construido nosotros mismos, con troncos y cuerdas. Nos lanzamos al río entre risas y gritos, y dejamos que la corriente nos llevara. Tras el primer rápido todas las barcas menos la mía se rompieron, los demás niños cayeron al agua flipando con la adrenalina que llevaban dentro. Yo seguí hasta el siguiente salto de agua y allí fue donde me quedé; caí de mi barca y la perdí de vista. El remolino que se formó me impedía salir a flote… Al cabo de un tiempo me desperté en el hospital; me dijeron que había tenido mucha suerte, que podría haber muerto.
Tuve pesadillas por años, en las que me ahogaba. Pensé que era normal, y el psicólogo al que me llevó mi madre dijo que era un síntoma de stress post-traumático, comprensible teniendo en cuenta el susto que me llevé. No sé, yo no era capaz de recordar nada posterior al remolino que me tragó, hasta despertar en el hospital.
Decidí irme de casa a los veintiún años, pensé que ya era hora. Mi padre veía la tele. Una noticia sobre un niño que había nacido con una malformación. Algo parecido a una cola, le salía del trasero y se la quitaron al nacer. Evidentemente las noticias aprovecharon para sacar imágenes de otro niño. Este había nacido con unas protuberancias en la espalda que recordaban a las alas de las aves. Papá se tragó toda la noticia y al llegar los deportes hizo zapping. Mi madre sentada a su lado, usaba su dedo índice para escribirle cosas a mi padre en la espalda. Comunicarse con él a través del tacto… Me apoyaron en mi decisión de irme de casa y nos despedimos con abrazos.
A mis treinta y dos años mamá murió, fue algo repentino y decidí llevar a mi padre a una casa rural, pasar con él unos días. Cogimos el coche y nos echamos a la carretera. Tuvimos mala suerte, el coche volcó y para colmo de males fuimos a parar a un río. Cuando el mundo dejó de dar vueltas a mí alrededor, me di cuenta de que tenía las piernas rotas y no me podía liberar del amasijo de hierros del coche. Mi padre estaba bien, corrió a buscarme. El agua le llegaba por la cintura y no paraba de subir. Nadie nos vio caer, así que no sabíamos cuando llegaría ayuda. Papá no podía irse, tenía que sujetarme la cabeza para tenerla a flote. El agua subía y subía. Llegó un momento en que lo evidente se hizo inevitable. Le dije que no temiera, que todo iría bien. Se me hizo una grieta en el alma de pensar lo que debía de estar sufriendo él, con la muerte de mamá tan reciente. Por fin le convencí de que me soltara, supongo que mi tranquilidad le ayudó bastante. Me preparé. Eché todo el aire de mis pulmones y de mi estómago, me quedé así hasta que no pude más… y entonces tragué, tragué y tragué hasta llenar todo mi ser de agua, el dolor fue intenso; los gritos de mi padre se oían bajo el agua como si estuviera dentro de mi cabeza. Y entonces sucedió lo que yo ya sabía… respiré. Respiré con la misma facilidad que lo haría en un prado, con la misma tranquilidad que respiraría después mi padre. Él lloraba y lloraba desconsolado, inconsciente. Agarré su brazo con delicadeza y con gesto suave le escribí en el brazo, usando el dedo. Le dije que estaba bien, que podía respirar. El rostro de mi padre cambió tanto que era como si una descarga de energía me golpeara el pecho. Nos quedamos allí; llegaron los bomberos, y finalmente volvimos juntos a casa.

Acabo de estrenar mi piso de alquiler, mañana cumplo veintidós, ¡habrá que hacer una fiesta! Pero hoy no, hoy quiero hacer otra cosa. Me meto en el cuarto de baño, pongo el tapón a la pila. La lleno, me preparo… meto la cabeza en el agua e inspiro. ¡Dios mío que dolor! Noto mi pecho lleno de agua, el estómago también. Puedo respirar. Bien, no hay que tentar a la suerte, voy a coger el barreño. Expulso toda el agua de mi interior al recipiente, y luego mido el volumen con ayuda de matraces aforados. Unos cinco litros, bien más o menos coincide con mi capacidad pulmonar y mi estómago. Vale, está bien, pero debo aguantar más para llenarme del todo, y lo de no expulsar el aire ha sido un error. Debo practicar más.

5 comentarios:

Dr.Magenta dijo...

Ya sabes de mi aficion y admiracion por "esos pequeños detalles" en concreto la peculiar forma de comunicarse escribiendo con el dedo.

Estoy dijo...

A veces me pierdo en las técnicas que utilizas (y que aún soy incapaz de aplicar), saltando de distintos momentos, pensamientos,edades....me parecen muy interesantes, y más cuando las explicas y llego a entender.
me gustan los juegos de nombres con su medio oculto significado.
Y en este en especial me ha gustado la poesía de la escritura sobre la piel..., a veces podemos pensar que nuestra propia piel está muerta y tu la has rescatado.

TERTULIADISPERSA dijo...

Es curioso como un recurso que me parecía insignificante cuando lo añadí, puede llegar a dar fuerza a la historia, gracias por llamar mi atención sobre ello chicos, seguiré fijándome en ello para dar riqueza a los textos. Creo que sin estos detalles los relatos quedarían muy vacíos.
Salvador Gil.

Dr.Magenta dijo...

Los pequeños detalles, ya lo dice la canción: Algo pequeñito, gouuuouo...algo chiquitito..ouuouou

TERTULIADISPERSA dijo...

Jajajajajaja que grande es Doc.
Salvador Gil