lunes, 25 de octubre de 2010

La cabaña

Acabamos de llegar a la cabaña. Bajamos de la furgo y miramos a nuestro alrededor. El lugar es muy bonito, una cabaña en mitad de un bosque. Bucólico diría yo. Entre risas y comentarios estúpidos vamos entrando todos en la casa. Somos 7: los pegajosos (Claudia y Juan), la potorra (Rebeca), Ana, la maromo (Juana), Alberto y yo, Ricardo. Todos jóvenes, todos compañeros de clase y todos con muchas ganas de fiesta. La cabaña tenía un salón nada más entrar, a izquierda y derecha comenzaban las habitaciones, y al fondo una cocina office que ponía fin al salón. Llevamos las cosas de la furgoneta a la cabaña, y mientras, Claudia y Juan ya han empezado a meterse mano, Juana no le quita ojo a Rebeca, (con la que no tiene nada que hacer), y Alberto y yo ya hemos empezado con las birras. Alguien enciende la televisión, que tiene antena parabólica y todo, y empiezan a pelearse por qué canal ver.
Las risas continúan y las birras siguen cayendo. Ana se dirige a la puerta con un pedo ya considerable, y en ese momento aparece un hombre ante ella. Creo que fui el único que se dio cuenta. Ladeé la cabeza para coger ángulo e intentar verle bien, pero antes de poder conseguirlo, se oyó un ruido muy fuerte y Ana salió propulsada hacia atrás. Todos callamos al unísono. Un hombre con aspecto desaliñado, estaba entrando en la cabaña portando una escopeta corredera. Encañona al sofá, donde están Claudia y Juan y les mata a ambos de un solo disparo. Luego me miró a mí, y disparó. Me empotró contra la pared del pasillo y caí sentado en el suelo. Durante una eternidad que sin duda fueron unos pocos segundos, sucedieron una serie de hechos que no comprendí hasta mucho después.
Abrí los ojos, (no estoy seguro de si llegué a perder la consciencia), y comencé a sentir un dolor atroz en el brazo izquierdo. Me miré y tenía varios orificios en el hombro. Apreté los dientes y me puse en pie. Comencé a andar hacia la sala y me encontré con las imágenes más horribles que he visto y sin duda veré en mi vida. Ana estaba tendida en mitad de la sala con el pecho lleno de sangre, Clara y Juan estaban sentados en el sofá con una imagen grotesca que me llevó a la nausea y al mareo. Rebeca estaba incrustada en el fregadero con otro disparo en el pecho, pero Alberto tenía un aspecto diferente. Tenía una herida en el cuello y había un charco de sangre muy grande bajo él. En ese momento vi la escopeta, que no tardé en recoger. Me di cuenta de que Juana, no estaba allí. Manejando la escopeta como buenamente podía, limitado por mi herida y mi inexperiencia con las armas, di una vuelta para buscarla sin ningún éxito. Vi que la puerta de atrás, la que estaba en la cocina, estaba abierta y con un cristal roto. Había un camino que nacía allí mismo y se dirigía al acantilado. Juana conocía ese camino por otras veces que habíamos venido por allí, así que pensé en coger la furgoneta y hacer ese camino por si la encontraba. Mientras salía de la casa comprendí que Juana debía estar en la cocina cuando empezó el tiroteo, porque recordé haberla visto junto a Rebeca, tirándole los trastos. Al llegar a la furgoneta recordé que mientras yo estaba tirado en el suelo, Alberto se abalanzó sobre aquel hombre y forcejearon. Ese fue el momento donde seguramente perdería la escopeta, y mató a Alberto probablemente de un navajazo en el cuello. Subí a la furgoneta con la escopeta, y con un dolor inmenso en el brazo. Arranqué aquel trasto y me dirigí al camino.
Fui conduciendo rápido pero no demasiado, porque me costaba mucho cambiar las marchas mientras sujetaba el volante con el brazo herido. No tardé en llegar al precipicio donde estaba aquel chiflado hijo de perra, que tenía a Juana acorralada. Tenía un machete enorme lleno de sangre… De Alberto. Hice sonar el claxon del coche para asustarlo o distraerlo. Tuvo efecto, se giró muy bruscamente y cuando me vio bajar con el brazo herido y su escopeta, bajó los hombros y alzó la cabeza, sosteniendo en ella la mirada más fija e intensa que he sentido jamás. Juana, no puedo decir a donde se fue, pero si sé que desapareció. Encañoné al hombre con su escopeta y sin vacilar, disparé. La distancia a la que estaba unido a mi torpeza hizo que el disparo no fuera limpio, los balines le alcanzaron pero no pareció hacerle mucho daño. Eso sí, estaba retrocediendo. Recargué el arma con mi brazo sano y volví a disparar sobre él. El efecto fue el mismo. Seguí acercándome y disparando mientras él seguía encajando los disparos, que apenas le alcanzaban, y retrocediendo. Finalmente llegó al borde del precipicio, y fue entonces cuando me quedé sin munición. Tenía la camisa ensangrentada, los brazos llenos de impactos, aunque no había soltado el machete. Me miró como lo haría una bestia acorralada. Bajó los brazos, y cuando hizo ademán de venir hacia mí, un brazo que surgía del precipicio mismo, le pasó entre las piernas, y le empujó hacia atrás. Usando su propia nuca como improvisada zancadilla, Juana le hizo caer, deleitándonos por primera vez, con el dulce sonido de sus gritos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez los escritos son más extensos, molt be. me custa leer frases tan largas, necesito algún punto y aparte.
bsos mo

Anónimo dijo...

aunque leer las frases sin pausa me cuesta, me ha gustado mucho tu historia.nos vemos esta tarde.
mo