jueves, 9 de diciembre de 2010

El colgante

El cuaderno de Olivia estaba hecho a mano. Cosido con filamentos dorados, tenía ilustraciones y descripciones, notas en los márgenes, extraños símbolos, y constantes referencias en lo que parecía ser una lengua desconocida, y por supuesto… Manchado de sangre…
Encontré el cuaderno cuando acudimos a casa de Olivia, en socorro de los gritos de la mujer que la encontró. Nadie se atrevía a tocarlo, estaba aliada con el diablo, ese era el rumor. Los hombres de la aldea esperaron fuera mientras yo, recién nombrado sacerdote, entré a enfrentarme solo con “El maldito”. Ni Satán ni sospecha de lo sobrenatural hallé en la habitación, pero sí encontré el cuaderno. Encontré también un colgante en su cuello, era hermoso, delicado. Tenía una belleza tal que me pareció una ofensa que terminara sus días rodeado de gusanos. Así que me lo quedé.
Oculté el cuaderno y el colgante a la gente de la aldea, pensé que sería más seguro para mí hasta que se resolviera el misterio. Pasé esa noche ojeando el cuaderno, y vi que todo el trabajo que en él se contenía, era una constante referencia al colgante. Aunque no logré averiguar de qué se trataba, no me pareció que tuviera nada que ver con ningún hecho demoníaco en concreto, de tantos que nos hablaron en el monasterio. Pero sí me dejó intrigado y con ansias de saber más y más.
Las ansias de saber se volvieron enfermizas. Pronto comencé a llevar una vida huraña, no salía de casa ojeando libros y más libros, intentando hallar algún entendimiento a los escritos del cuaderno. Una mañana amanecí sobre la mesa del escritorio, tenía la nariz llena de sangre, los oídos. Recordé que Olivia estaba igual cuando la encontramos, decidí salir de casa e ir al rio; al llegar me quité la ropa, incluido el colgante y fue entonces, cuando no llevaba ni un minuto sin él, cuando comencé a encontrarme peor. Me vestí rápidamente y fui a ver al herrero, le dije que quería aprovechar el metal de aquel colgante para hacer unas bisagras para mi casa, le pedí que lo fundiera y lo convirtiera. El herrero comenzó a golpear el colgante para aplanarlo antes de arrogarlo a la fragua, cada uno de esos golpes sonaban en mi cabeza como si los diera en mis oídos, comencé a sangrar más y más por nariz, ojos, oídos… caí al suelo semiinconsciente. Cuando el herrero hubo terminado ya no sentí mal alguno ni ansias de saber, recuperé la tranquilidad, y regresé a mi hogar donde recé esa noche… por Olivia

2 comentarios:

Dr.Magenta dijo...

Inquietante ese colgante, nos hemos kedado con ganas de saber más de ese colgante...

Anónimo dijo...

muy interesante y cada vez mejor escrito.
mo