La afición de Lucy por las armas de fuego, no era gratuita. Su padre, el reverendo Brown presidía la asociación “Fuego y fe” en la pequeña localidad de Westerwille en el condado de Delaware (Ohio), de donde eran oriundos. Lucy creció rodeada de armas y desde muy niña, aprendió a manejar un revolver.
A los 6 años, exhibía orgullosa sus habilidades con las armas, en el Festival infantil de tiro”, algo que a su padre el reverendo, le hacia sentir muy orgulloso.
Acababa de cumplir los 16 y Lucy mantenía intacto el mismo entusiasmo por las armas de fuego. Desde hacia un par de años, formaba parte del “Club femenino del rifle”. Con el paso de los años, la joven había desarrollado un carácter introvertido. El prematuro fallecimiento de su madre, la austera educación del reverendo, y el hecho de no ser una muchacha con un físico agraciado, habían ayudado a ello. Pese a todo, Lucy seguía manteniendo su afición por las armas, y cada noche, arrodillada en el suelo, junto a su cama, rezaba por alzarse con el título de “Reina del rifle” en su Westerwille natal.
El día había llegado, y Lucy, que había invertido todos sus ahorros en un bonito traje que compró por catalogo, desfilaba orgullosa por la pista de baloncesto de su instituto, junto al resto de jovencitas candidatas todas ellas a tan preciado premio.
Un cegador halo de luz, la señaló como la elegida, al tiempo que en escenario se llenaba de serpentinas y confetis. Lucy, henchida de satisfacción, no podía dejar de sonreír, sin creerse lo que allí estaba sucediendo. Florence Dollan, la reina del año anterior le hizo entrega de tan codiciado galardón al tiempo que la coronaba como Reina del rifle. Exaltada Lucy exhibía orgullosa su premio, una Winchester 1330 con francotirador, levantándola en alto dejándose llevar por la emoción.
Perpleja comenzó a observar como los allí presentes, no dejaban de reír con alborozo. Hirientes carcajadas que transformaron aquel mágico momento en el peor día de su vida. Lentamente empezó a girarse hacia el fondo del escenario, donde horrorizada descubrió proyectada sobre la pared, imágenes furtivamente grabadas en las que se le podía ver repetidas una y otra vez, con las bragas a la altura del tobillo orinando en el campo. Desencajada se volvió a girar hacia el público allí presente que seguía riéndose en sus butacas ante las repetitivas imágenes. Impasible y taciturna, cargó con violencia su flamante Winchester y comenzó a disparar sin inmutarse sobre los allí presentes.
1 comentario:
en tan solo 10 minutos has empezado una película...ya empezamos de nuevo a matar...
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