Mi nombre es Margarita, conocí a Juan en el teatro de la ópera.
Desde niña he ido con mis padres a todos los estrenos, mi padre era tenor y quiso educar mi voz, fue una labor infructuosa ya que no tenía esa virtud, no obstante disfrutaba con la ópera, las conocía casi todas y había acudido a las diferentes escenografías de cada una de ellas, aún así, me invadía la emoción hasta el punto de saltarme las lágrimas.
Era un 25 de septiembre, estaba en el patio de butacas, ese día no vino mi padre, mi madre había fallecido hacía diez años y yo era una mujer cincuentona El teatro estaba a rebosar.
Comenzó Don Giovani, esa obra que ya conocía, en la que la violencia psicológica (más que la física), el sarcasmo, la desesperanza y la angustia son las sensaciones que dominan, guiadas por un gran instinto musical. En el transfondo hay una reflexión de Mozart sobre si mismo y sobre las zonas más oscuras del hombre.
Como en otras ocasiones, inevitablemente me embargó la emoción y las lágrimas se deslizaban por mis mejillas,
a mi lado alguien seguramente me observaba y me ofreció su pañuelo con una sonrisa de complicidad.
Al finalizar salí por el pasillo central y tropecé con la alfombra, el hombre que me había prestado el pañuelo, con una cortesía increíble, me tomó del brazo y juntos salimos a la calle.
Nunca un hombre había sido cortés conmigo, creo que ni siquiera me miraban, era una mujer invisible ante sus ojos, pero él, Juan se presentó ,me dijo palabras hermosas y me sonrió. Quedamos en vernos el día siguiente.
Me sentía tan afortunada como cuando era niña y encontraba en el campo un trébol de cuatro hojas.
Y de esta manera comenzaron nuestras escapadas, nuestros encuentros amorosos.
Pasaron nueve maravillosos meses, por primera vez se habían enamorado de mi y también estaba locamente enamorada de Juan.
Estábamos ya en Junio, acompañaba a mi padre, quería que le ayudase a escoger un Panamá que había visto, estábamos cerca de la Plaza de toros, esperando que el semáforo se pusiera en verde para cruzar, entonces vi que se acercaba una pareja...me pareció...si era él, era Juan abrazando a una mujer, se pararon, se besaron....no me vieron, el semáforo cambió y crucé con mi padre rápidamente camino a la sombrerería.
Entonces las lágrimas no pudieron salir de mis ojos, dentro solo tenía vacío. Al llegar a casa, encontré una postal muy antigua que me pareció una metáfora de lo que había sido nuestra relación y le escribí:
-Encontraste la suerte...la mataste con lazo incluido.
Mo
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