viernes, 17 de septiembre de 2010

La PaELLa TóXiCA

¡Vixca Valencia! gritaban los allí presentes al paso de las autoridades que hacían entrada en aquel lujoso restaurante en la playa. Puestos en pie, los comensales no cesaban de aplaudir, mientras las fuerzas vivas tomaban asiento. Repartidos por las mesas, políticos, constructores, empresarios, personalidades afines, o mejor cojines, sobre los que reposaban las nalgas de un grupo de supervivientes al desaliento, que orgullosos alzaban sus copas, siempre bajo la atenta mirada de sus guardaespaldas, celosos de las puñaladas traperas que por allí se intuían. En el salón, no dejaban de sucederse fingidos saludos, adúlteros y adulterados abrazos e hipócritas sonrisas, cocinadas a golpe de talonario y de oportunas licencias, mientras, los aperitivos hacían su entrada. Los primeros brindis con vino de la tierra, abrieron la puerta a incontenidas risas, en un principio huecas, para dar paso a otras más sonoras y desbocadas. Mientras en la cocina, Ximo, que a sus 76 años seguía al frente de aquel Restaurante, se disponía a echar el caldo en la paella, cuando su nieto Ximet, que aquel día ejercía de improvisado pinche, sacó de su mochila un envase con aceite de hachis que, con cómplice sonrisa entregó a su abuelo, que lo vertió sin miramiento sobre la paella bajo la atenta y socarrona mirada de su nieto. Los primeros acordes del himno, dieron paso a los camareros que exhibían con solemnidad las paellas, como si de una pasarela de moda se tratase.
¡Xe que bó! gritaba desde su mesa un alto mando del ejército al tiempo que con descaro comenzaba a meter mano a un joven camarero rumano que le estaba sirviendo vino, dando paso a una generalizada orgía de desinhibición. Carcajadas descontroladas, palabras sin medida ni control, ponían sobre la mesa negocios escondidos, fraudulentas licencias, censuradas responsabilidades. A medida que el arroz desaparecía de las paellas, se desataban también los deseos carnales sin medida. La mujer de rojo que presidía la mesa, se abalanzó sobre una joven que tenía a su lado mientras comenzaba a besarla sin recato bajo la atenta mirada de un alto cargo de la iglesia que, aprovechando lo holgado de su vestimenta, empezó a masturbarse sin miramientos. Ya en pie, un hombre muy bien trajeado se rasgaba con euforia sus vestimentas al ritmo que imponían dos músicos que tocaban la dolÇaina y el tabalet, mientras no cesaba de gritar “No importa, tengo más”. Las risas desbocadas ahogaban aquel, ya reducido espacio mientras Ximet, escondido hacía fotos de todo lo que allí estaba ocurriendo al tiempo que invitaba a los músicos a salir del restaurante en dirección al mar. Los comensales, totalmente entregados a sus más bajos instintos, seguían cual flautista de Hamelin, a los músicos por la playa, en un peculiar pasacalle, al tiempo que de improvisada manera empezaban a desnudarse, convirtiendo el acto en un bonito homenaje a Sorolla. Un homenaje que nunca llegó a los ojos del pueblo, pese al testimonio gráfico de Ximet, silenciado una vez más por los medios de comunicación locales que, al día siguiente, abrieron sus informativos con la inauguración de una gigantesca pista de hielo en Valencia, la más grande de Europa, faltaría más….

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