miércoles, 23 de febrero de 2011

HOsTaL RoMa

Una incesante lluvia había comenzado a descargar en lo que prometía ser una agradable noche de verano. Lidia, superada por las circunstancias, conducía con la mirada perdida en el horizonte, siguiendo cual autómata, las indicaciones que le iba marcando el GPS de su vehiculo de alta gama. Pasaban de las 12 de la noche cuando unos parpadeantes e insistentes neones, consiguieron sacarla de su disperso hermetismo. Hostal Roma, balbuceo mientras salía del coche, cubriéndose la cabeza con un bolso de Louis vuitton, regalo de su último aniversario de boda. Pendiente de no acabar con sus exclusivos zapatos en un charco, Lidia entró en el local de forma esquiva, buscando, parapetada tras unas enormes gafas de Gucci, la recepción de tan insólito establecimiento.
No se caracterizaba precisamente el Hostal Roma por su elegancia, en realidad era un bar de carretera que alquilaba habitaciones a camioneros, viajeros de paso, etc.… Una extensa barra se prolongaba a lo largo del local, mientras insinuantes maquinas de premio no cesaban de invitar al despilfarro.
- Disculpe, querría una habitación...
- Pase por aquí señora, en el mostrador, contestó un solícito camarero al tiempo que reponía botellines en la nevera.
- Aquí tiene la llave señora, la 203, en el segundo piso…
- Disculpe, ¿tienen servicio de habitaciones? Pregunto ingenua Lidia.
- Lo siento señora, la cocina ya esta cerrada, le puedo preparar un bocadillo de atún en un momento si quiere…
- Déjelo, así esta bien, contestó ella. ¿el ascensor?
- Por allí, dijo el camarero señalando unas escaleras de denunciable gusto.
Lidia se volvió a poner las gafas y comenzó a atravesar con elegancia el bar camino de las mismas.
Faltaban escasos minutos para la una de la madrugada, y tan solo un cliente repostaba apoyado sobre la barra al compás de los gritos que una desquiciada televidente lanzaba desde una televisión de 14 pulgadas en la que invitaba con avidez a los espectadores a que llamaran y colapsaran el servicio de llamada en espera.
- Buenas noches, saludó el solitario cliente levantando su copa al paso de Lidia, al tiempo que se dejaba envolver por su sugerente perfume.

Una extraña sensación mezcla de repulsión y excitación, se apoderó de Lidia al entrar en la habitación. Básicamente su espartana decoración se sustentaba en una cama de 90 cubierta con una colcha de difícil visión, una silla de madera y una mesita de noche sobre la que descansaba una lamparita que cojeaba de un pie, junto a un arcaico radio-despertador de amenazantes y parpadeantes números rojos, auténtico superviviente de la era analógica.
Un cargante y espeso olor a rancio impregnaba todos y cada uno de los rincones de la 203, ni siquiera el exclusivo perfume de carolina herrera con el que Lidia había prácticamente fumigado la habitación, consiguió acabar con el desagradable aroma.
Sentada en el borde de la cama, Lidia se desprendió de sus exclusivos zapatos que acodomodo elegantemente bajo la mesilla de noche. Con firmeza se dirigió hacia la terraza, abrió de un golpe sus fatigosas cortinas, cuando su teléfono comenzó a sonar con insistencia. Era Ivan, durante unos segundos que se hicieron eternos, dudo en contestar. No quería darle la oportunidad de que se disculpará, esta vez no pensaba volver. La decisión estaba tomada, la tomó hace ya mucho tiempo, y no pensaba ni quería dar marcha atrás.
Nerviosa ante la insistencia del móvil, Lidia salio a la terraza para dejarse perder en una oscura noche de verano, en un oscuro horizonte de autovias y vehículos de gran tonelaje. Una vez cesarón las llamadas, regresó a la habitación en busca de su paquete de tabaco, ya en la terraza, se dispuso a encenderse el pitillo sin éxito.
- puto mechero, dijo con desgana al tiempo que una generosa llama se acercaba hasta la punta de su cigarro.
- Permiso, dijo el tipo que la barra que desde la terraza contigua le ofrecía fuego estirando su brazo.
- Gracias, contestó Lidia mientras de esquivas maneras hacia un scanner visual a su educado vecino.
- Disculpe la pregunta, insistió el hombre. ¿Qué hace una mujer tan elegante en un sitio como este?
- Lidia, sonrió al tiempo que lanzaba una espesa bocanada de humo sobre su interlocutor.
- Necesitaba tomar el aire, ahora dudo entre lanzarme al vacio o tomarme un frasco de pastillas, contesto ella.
- ¿Una copa? pregunto el enseñándole una botella de whisky.
- Mataría por una copa, contesto Lidia.
- No será necesario replico el tipo sonriendo, me llamo Manuel.
- Yo soy Lidia y me encantaría compartir esa botella.

Apenas cuatro minutos bastaron para que Manuel entrase por la puerta de la habitación, cargado con un chivas de 12 años bajo el brazo, andaba entre penumbras, artificiosas penumbras avivadas por la inquietante lamparita de sobremesa.
- Siéntese aquí, a mi lado, dijo Lidia con un tono de voz acorde a la austera iluminación.
- Lidia, dijo el ofreciéndole su mano. Una mano grande, ligeramente velluda y a la vez exquisitamente cuidada. Un escalofrió recorrió el cuerpo de lidia en el momento en que de grácil manera, esta rozo sus pechos. Un momento lamentablemente interrumpido por el siempre inoportuno timbre del teléfono.
- ¿No vas a contestar? Pregunto Manuel susurrándole al oído al tiempo que comenzaba a desabrochar la blusa de Lidia.
Lidia lanzo con furia el móvil al suelo.
- Es mi marido, le acabo de abandonar, contesto Lidia.
- Será mejor que tomemos un trago, dijo Manuel sonriendo con malicia. Siento no poder ofrecerte un vaso, yo…
- No es necesario, dijo ella mientras se deslizaba entre las piernas de Manuel y comenzaba a desabrochar su bragueta.
- Beberé a morro.


Unos tímidos rayos de sol comenzaron a asomar a través del ventanal de la terraza. Sin abrir los ojos, Lidia comenzó a tantear en la cama en busca de su improvisado amante. Este había desaparecido, entre las sabanas reposaba la camiseta que Manuel había dejado olvidada. Con delicadeza la tomó entre sus manos, oliendo primero con timidez y después de ansiosas maneras, dejándose embriagar por el olor a hombre que Manuel había dejado en esa rancia habitación. Sin poder reprimirse, Lidia comenzó a bajar la camiseta, rozando con descaro sus erguidos pezones, para luego bajar hasta su entrepierna, dejándose llevar, escapando de nuevo, huyendo a un universo paralelo en forma de jadeos.
De nuevo el teléfono volvió a quebrar tan sugerente instante. Como despertando de u n sueño, Lidia se levantó de la cama y cubriéndose su desnudez con una sabana comenzó a buscar el móvil que por la noche había lanzado sin vehemencia al suelo, era su marido.
- Ivan, contesto ella.
- Lucia, recuerda que tienes que llevar a los niños al colegio.
- Dios, los niños, grito ella.
- ¿Cómo? Contestó Ivan, se oye muy mal…
- Si esto suena fatal, no debí lanzarlo contra el suelo…
- Jjajjajaj, siempre me acabas sorprendiendo, dijo el.
- Ha sido una noche estupenda, pero cielo el próximo día elijo yo el hotel.
- No hay problema pero si eliges tú el hotel, yo me encargo de los nombres, contesto Ivan.
- ¿Trato hecho?
- Trato hecho.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Sorprendente final y muy buena elavoración, con ese encadenamiento de adjetivos que da vida a una lamparita de noche y a una habitación toda, situándo al lector junto al personaje. Y muy buena tu referencia inconsciente al Dorado con ese bocadillo de atún!!!

Dr.Magenta dijo...

Pues no se si consciente o inconsciente esa referencia al bocadillo de atun, en todo caso el Dorado siempre se merece un homenaje por aguantarnos.