Por todos mis allegados es conocida mi aversión al universo fallero, pese a ello y por cuestiones familiares, tuve a bien el pasado viernes, asistir como invitado a la Exaltación de la Fallera mayor de valencia en el Palau de la música.
Como ya es habitual, un inoportuno retraso provocó que acudiera al mismo en taxi. Y ahí es donde empieza esta crónica, pues justo en el momento en el que servidor bajaba elegantemente del mismo, una extraña sensación se apoderó con fuerza de mi ser, una especia de entrada en un agujero negro, en un espacio atemporal que me llevo a otra época, a otro lugar. Un lugar donde el color sepia brillaba con luz propia cual viejuna fotografía, un lugar con un insistente, aunque apenas perceptible, olor a rancio.
Mientras esperaba a la entrada del Palau con mi invitación en la mano, observe ensimismado que aunque no se exigía en la entrada, el traje regional se imponía entre los invitados. Decenas de falleras resplandecían bajo la luna luciendo sus mejores y más costosas galas, mientras los caballeros hacían lo propio. Bien es cierto que en estos últimos años los falleros han revindicado un mayor protagonismo en su estilismo, y que el traje de fallero ya no es necesariamente esa especie de uniforme negro de raso tan poco glamouroso. Llamativos estampados florales lucían ahora en la pechera de nuestros falleros en una insólita a la par que añeja Pasarela Fallera. Apuntar también que abundaban las capas ribeteadas con elegantes bordados. Cuanto daño ha hecho Ramón García a este país….
Consciente de lo que me esperaba en el interior de la sala, intente mimetizarme con los allí presentes, por lo que ante mi falta de capa castellana, decidí echarme la gabardina por la espalda a modo de capote. Enfrascado en el tema me encontraba cuando un ligero revuelo tomó cuerpo a mis espaldas. Cuando mi giré, un par de escoltas, ayudaban a salir de su vehiculo oficial a la alcaldesa, al tiempo que la directora del Palau la recibía con honores de reina. Ni que decir tiene que no perdí la oportunidad de aprovecharme de tan estratégica situación para vivir intensamente tan glamouroso encuentro.
Un autentico “tour de forcé” un encuentro de divas entre Rita Barberá y Mairen Beneyto, ambas dos luciendo sus mejores galas en un espectacular duelo de cardados del que surgían gráciles chispas en tan capilar lance. Rita, envuelta en una estola de piel y de riguroso negro, se abría paso entre cortesanos saludos mientras Mayren con sonrisa tatuada en rostro mezcla de Jockey y Hello Kitty intentaba disimular ante los presentes, el agujero en la capa de ozono, que tanta acumulación de laca, había provocado en la capa de ozono.
Apuré los últimos minutos antes de entrar en el Palau, me esperaban al menos 2 o 3 horas de espacios sin humos y de camino al auditórium no pude evitar acordarme de un viejo y radical amigo que cuando se cruzaba por la calle con alguna elegante señora envuelta en pieles no podía reprimirse y acercándose a ellas cual sátiro empezaba a increparlas por lo bajini “pellejo”, “pellejo”….
Afortunadamente yo si pude reprimirme y raudo encamine mis pasos hacia el esperado evento al tiempo que los primeros petardos resonaban con fuerza en el exterior, dentro había muchos más.
Cual fue mi sorpresa, ignorante de mi en estas falleriles lides, que al llegar al Hall del Palau, este se encontraba lleno de gente parapetada tras elegantes vallas que delimitaban una elegante alfombra roja por la que no cesaban de desfilar personalidades posteriormente recibidas por nuestra alcaldesa en un improvisado altar y parapetada por oficiales estandartes.
Vaya, me lo he perdido, con lo que me gusta a mi una alfombra roja, pensé al tiempo que intentaba sin éxito descubrir quienes eran los que desfilaban por tan solemne pasillo a golpe de dolÇaina y tabalet. Como pude, y como si de un camaleón me tratase, me mimetice con el medio colgándome de una de las innumerables cestas de flores que adornaban el hall y mutando en falleriles tonos para no desentonar con el evento mientras duraba la improvisada cabalgata. Una vez concluida, fuimos entrando en la sala Iturbi, viviendo el momento más angustioso de la noche, cuando buscando mi localidad me vi inmerso en un agobiante atasco fallero en uno de los pasillos y rodeado de más de 40 falleras armadas hasta los dientes. A punto estuve de acabar engullido, cual arenas movedizas, entre voluminosas faldas de fallera. Afortunadamente y en un acto de arrojo y valentía, estiré mi brazo llevándome accidentalmente el moño de una de las valencianas que asustada no dejaba de gritar: Ay mare de deu, Ay deu meu…
Pasado el susto, tomo asiento esperando el comienzo del acto. Para cuando se apagaron las luces de la sala, esta lucia reconvertida en un casal fallero. Una vez que los músicos se instalaron en escena, tuvieron que esperar a que el publico allí presente tuviera a bien guardar un poco de silencio, lo suficiente para que se les escuchara porque como decía anteriormente, allí lo único que faltaba es que empezaran a sacar bocadillos de blanco y negro con habas y platos de cacao y tramusos para que aquello fuese una cena de sobaquillo fallera. Indignado y a un paso de salirme de la sala no salía de mi asombro viendo el comportamiento de gran parte del publico que llenaba el teatro, que sin importarles en absoluto la actuación musical que se estaba llevando a cabo, seguían charlando, levantándose, hablando por teléfono. Hasta a una fallera, adicta a las nuevas tecnologías, pude ver chateando con el facebook a través del móvil, mientras la Big Band seguía en escena intentando hacerse oír.
Tras un oportunisimo descanso, comenzó la exaltación de la fallera mayor de valencia. Apenas bastaron uno segundos del pasodoble “El fallero”, para que el silencio se hiciese en la sala. De forma solemne fueron desfilando por la pasarela las componente de la corte de honor, para posteriormente dar entrada a la fallera mayor de valencia que hizo entrada en la sala saludando con ese ligero y pizpireta movimiento de mano para saludar, tan característico de la realeza. Servidor, fascinando por lo protocolario del acto, asistió perplejo hasta que comenzaron a desfilar multitud de cestas, presentes de autoridades hacia la nueva reina de las fiestas. En un descuido, improvisé una discreta huida aprovechando los aplausos. Un presumiblemente largo discurso del mantenedor del acto, se anunciaba como fin de fiesta, y mi capacidad de supervivencia ya había sido puesta suficientemente a prueba durante esa larga noche, larga y solemne noche.
Como ya es habitual, un inoportuno retraso provocó que acudiera al mismo en taxi. Y ahí es donde empieza esta crónica, pues justo en el momento en el que servidor bajaba elegantemente del mismo, una extraña sensación se apoderó con fuerza de mi ser, una especia de entrada en un agujero negro, en un espacio atemporal que me llevo a otra época, a otro lugar. Un lugar donde el color sepia brillaba con luz propia cual viejuna fotografía, un lugar con un insistente, aunque apenas perceptible, olor a rancio.
Mientras esperaba a la entrada del Palau con mi invitación en la mano, observe ensimismado que aunque no se exigía en la entrada, el traje regional se imponía entre los invitados. Decenas de falleras resplandecían bajo la luna luciendo sus mejores y más costosas galas, mientras los caballeros hacían lo propio. Bien es cierto que en estos últimos años los falleros han revindicado un mayor protagonismo en su estilismo, y que el traje de fallero ya no es necesariamente esa especie de uniforme negro de raso tan poco glamouroso. Llamativos estampados florales lucían ahora en la pechera de nuestros falleros en una insólita a la par que añeja Pasarela Fallera. Apuntar también que abundaban las capas ribeteadas con elegantes bordados. Cuanto daño ha hecho Ramón García a este país….
Consciente de lo que me esperaba en el interior de la sala, intente mimetizarme con los allí presentes, por lo que ante mi falta de capa castellana, decidí echarme la gabardina por la espalda a modo de capote. Enfrascado en el tema me encontraba cuando un ligero revuelo tomó cuerpo a mis espaldas. Cuando mi giré, un par de escoltas, ayudaban a salir de su vehiculo oficial a la alcaldesa, al tiempo que la directora del Palau la recibía con honores de reina. Ni que decir tiene que no perdí la oportunidad de aprovecharme de tan estratégica situación para vivir intensamente tan glamouroso encuentro.
Un autentico “tour de forcé” un encuentro de divas entre Rita Barberá y Mairen Beneyto, ambas dos luciendo sus mejores galas en un espectacular duelo de cardados del que surgían gráciles chispas en tan capilar lance. Rita, envuelta en una estola de piel y de riguroso negro, se abría paso entre cortesanos saludos mientras Mayren con sonrisa tatuada en rostro mezcla de Jockey y Hello Kitty intentaba disimular ante los presentes, el agujero en la capa de ozono, que tanta acumulación de laca, había provocado en la capa de ozono.
Apuré los últimos minutos antes de entrar en el Palau, me esperaban al menos 2 o 3 horas de espacios sin humos y de camino al auditórium no pude evitar acordarme de un viejo y radical amigo que cuando se cruzaba por la calle con alguna elegante señora envuelta en pieles no podía reprimirse y acercándose a ellas cual sátiro empezaba a increparlas por lo bajini “pellejo”, “pellejo”….
Afortunadamente yo si pude reprimirme y raudo encamine mis pasos hacia el esperado evento al tiempo que los primeros petardos resonaban con fuerza en el exterior, dentro había muchos más.
Cual fue mi sorpresa, ignorante de mi en estas falleriles lides, que al llegar al Hall del Palau, este se encontraba lleno de gente parapetada tras elegantes vallas que delimitaban una elegante alfombra roja por la que no cesaban de desfilar personalidades posteriormente recibidas por nuestra alcaldesa en un improvisado altar y parapetada por oficiales estandartes.
Vaya, me lo he perdido, con lo que me gusta a mi una alfombra roja, pensé al tiempo que intentaba sin éxito descubrir quienes eran los que desfilaban por tan solemne pasillo a golpe de dolÇaina y tabalet. Como pude, y como si de un camaleón me tratase, me mimetice con el medio colgándome de una de las innumerables cestas de flores que adornaban el hall y mutando en falleriles tonos para no desentonar con el evento mientras duraba la improvisada cabalgata. Una vez concluida, fuimos entrando en la sala Iturbi, viviendo el momento más angustioso de la noche, cuando buscando mi localidad me vi inmerso en un agobiante atasco fallero en uno de los pasillos y rodeado de más de 40 falleras armadas hasta los dientes. A punto estuve de acabar engullido, cual arenas movedizas, entre voluminosas faldas de fallera. Afortunadamente y en un acto de arrojo y valentía, estiré mi brazo llevándome accidentalmente el moño de una de las valencianas que asustada no dejaba de gritar: Ay mare de deu, Ay deu meu…
Pasado el susto, tomo asiento esperando el comienzo del acto. Para cuando se apagaron las luces de la sala, esta lucia reconvertida en un casal fallero. Una vez que los músicos se instalaron en escena, tuvieron que esperar a que el publico allí presente tuviera a bien guardar un poco de silencio, lo suficiente para que se les escuchara porque como decía anteriormente, allí lo único que faltaba es que empezaran a sacar bocadillos de blanco y negro con habas y platos de cacao y tramusos para que aquello fuese una cena de sobaquillo fallera. Indignado y a un paso de salirme de la sala no salía de mi asombro viendo el comportamiento de gran parte del publico que llenaba el teatro, que sin importarles en absoluto la actuación musical que se estaba llevando a cabo, seguían charlando, levantándose, hablando por teléfono. Hasta a una fallera, adicta a las nuevas tecnologías, pude ver chateando con el facebook a través del móvil, mientras la Big Band seguía en escena intentando hacerse oír.
Tras un oportunisimo descanso, comenzó la exaltación de la fallera mayor de valencia. Apenas bastaron uno segundos del pasodoble “El fallero”, para que el silencio se hiciese en la sala. De forma solemne fueron desfilando por la pasarela las componente de la corte de honor, para posteriormente dar entrada a la fallera mayor de valencia que hizo entrada en la sala saludando con ese ligero y pizpireta movimiento de mano para saludar, tan característico de la realeza. Servidor, fascinando por lo protocolario del acto, asistió perplejo hasta que comenzaron a desfilar multitud de cestas, presentes de autoridades hacia la nueva reina de las fiestas. En un descuido, improvisé una discreta huida aprovechando los aplausos. Un presumiblemente largo discurso del mantenedor del acto, se anunciaba como fin de fiesta, y mi capacidad de supervivencia ya había sido puesta suficientemente a prueba durante esa larga noche, larga y solemne noche.
4 comentarios:
te estoy viendo entre la multitud, con esa mirada tan del Doctor que todo lo escudriña como si nada...
¡¡¡un espectáculo teñido de Magenta!!!
Mo
una experiencia que te marca para toda la vida!!! que valiente eres Doctor!
beset
Te acompaño en el sentimiento, yo también me alejo de los eventos falleriles todo lo que puedo...
Son lo que vienen a llamar,
"Deportes de riesgo" jejeje
Doc
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