Tocado con un viejo pero limpio sombrero de fieltro, alborozado saludaba a todos los viajeros que asomados a las ventanillas buscaban con denuedo a sus familiares y amigos y que por inercia le devolvían la cortesía agitando las manos, esperaba que el tren estuviera totalmente parado, situándose entonces bajo la portezuela de 1ª clase, mascullando – Buenos días señor, espero haya tenido un buen viaje, y descubriéndose conseguía de esta forma que los elegantes recién llegados le brindaran los reflejos de la urbanidad y educación que el gratuitamente repartía, la misma acción se repetía en los sucesivos vagones decrecidos de categoría pero aumentados en abigarrada humanidad que se peleaba por subirse o por apearse sujetando maletas de cartón, enormes bultos que parecían envolver ajuares enteros, jaulas con lustrosos capones y chiquillería cogida de las manos que buenamente quedaban libres.
Aquí el descubrirse era para evitar que el sombrero le fuera birlado y las corteses palabras de bienvenida de antes, se transformaban en toscos ademanes y en palabras que nadie escuchaba, pues tal era el vocerío, que hasta la vigorosa maquina del tren se lamentaba, escupiendo vapor y silbando su próximo movimiento, los mozos de cuerda con sus atestados carros apenas podían transitar, con la premura que da el hambre eran raudos en la descarga para así obtener un nuevo encargos, atropellabánse y discutían exigiendo paso a los viandantes del anden como si de su propio territorio se tratara, los vociferantes vendedores y sus carritos repletos de boniatos venían añadir más caos así, que tal era el el batiburrillo que reinaba en la estación que Samuel apenas podía distinguir las preciadas colillas que a buen seguro ya reposaban sobre las frías losas.
Los altavoces de forma ininteligible anunciaban la inminente salida del expreso, la campana manejada por el factor parecía contenta de hacerse oir, la máquina arranco bruscamente, y el entrechocar metálico de las defensas de los vagones, aceleró el ritmo de los últimos pasajeros hacia las plataformas que atestadas de gente pañuelo en mano despidiéndose permitían no sin cierto desagrado la ocupación de un espacio que por escaso parecía imposible que albergara otro alma, últimos abrazos, caras tristes, lágrimas, deseos y te quieros espetados sin ningún pudor terminaron con el tren perdido en la lejanía y el andén vacio, el cierzo se empleaba a fondo como contratado especialmente para revolver los papeles y el polvo ; mientras tanto Samuel ya había recogido una pequeña bolsa de muy buenas pavas de cigarrillos americanos, aunque la mayoría eran de picadura y algunos vegueros canarios de la primera clase.
La tarde se acercaba a su fin, el frio y la soledad se adueñaron de la estación yAl cerrar la cortina de la ventana echó un último vistazo a la pequeña luz de la oficina del jefe de estación que se encontraba enfrente, encendió el carbón y puso a calentar la cena, sobre el descolorido hule extendió las colillas arrimadas a fuerza de forzadas genuflexiones, los abría, deshacía,recortaba, saneaba, seleccionaba y solo con el olor distinguía la buena de la mala picadura, aquí situaba los de marca “ideales” negro de Badajoz, en una caja metálica los “mecanicos” negro canario fuerte pero sabroso, y que decir de los puros, estos dormían en la suite de una verdadera caja de puros habanos regalo de Hilario su vecino, Los aromáticos marlboro, y pall mal, los guardaba en una sobada bolsa de cuero que llevaba todas las semanas al abuelo en el asilo.
Una vez hecha la clasificación y ya habiendo cenado y solo entonces ,con gran habilidad se liaba un cigarrillo que fumaba despacio y con gran deleite, mientras pensaba que otro día había terminado y ya eran 14 años esperando el regreso imposible de Margarita, aspiraba el humo de su soledad que era el del propio tabaco, y comprendía que quizás estaba equivocado si mantenía su esperanza de volverla a ver y de reconciliarse con el mundo.
Antes de dormirse recordó que el tren rápido de las 7,30 era el único que solía llegar siempre puntual a las 8,30, y había tantas personas a las que recibir y tanta otras a las que despedir
Aquí el descubrirse era para evitar que el sombrero le fuera birlado y las corteses palabras de bienvenida de antes, se transformaban en toscos ademanes y en palabras que nadie escuchaba, pues tal era el vocerío, que hasta la vigorosa maquina del tren se lamentaba, escupiendo vapor y silbando su próximo movimiento, los mozos de cuerda con sus atestados carros apenas podían transitar, con la premura que da el hambre eran raudos en la descarga para así obtener un nuevo encargos, atropellabánse y discutían exigiendo paso a los viandantes del anden como si de su propio territorio se tratara, los vociferantes vendedores y sus carritos repletos de boniatos venían añadir más caos así, que tal era el el batiburrillo que reinaba en la estación que Samuel apenas podía distinguir las preciadas colillas que a buen seguro ya reposaban sobre las frías losas.
Los altavoces de forma ininteligible anunciaban la inminente salida del expreso, la campana manejada por el factor parecía contenta de hacerse oir, la máquina arranco bruscamente, y el entrechocar metálico de las defensas de los vagones, aceleró el ritmo de los últimos pasajeros hacia las plataformas que atestadas de gente pañuelo en mano despidiéndose permitían no sin cierto desagrado la ocupación de un espacio que por escaso parecía imposible que albergara otro alma, últimos abrazos, caras tristes, lágrimas, deseos y te quieros espetados sin ningún pudor terminaron con el tren perdido en la lejanía y el andén vacio, el cierzo se empleaba a fondo como contratado especialmente para revolver los papeles y el polvo ; mientras tanto Samuel ya había recogido una pequeña bolsa de muy buenas pavas de cigarrillos americanos, aunque la mayoría eran de picadura y algunos vegueros canarios de la primera clase.
La tarde se acercaba a su fin, el frio y la soledad se adueñaron de la estación y
Una vez hecha la clasificación y ya habiendo cenado y solo entonces ,con gran habilidad se liaba un cigarrillo que fumaba despacio y con gran deleite, mientras pensaba que otro día había terminado y ya eran 14 años esperando el regreso imposible de Margarita, aspiraba el humo de su soledad que era el del propio tabaco, y comprendía que quizás estaba equivocado si mantenía su esperanza de volverla a ver y de reconciliarse con el mundo.
Antes de dormirse recordó que el tren rápido de las 7,30 era el único que solía llegar siempre puntual a las 8,30, y había tantas personas a las que recibir y tanta otras a las que despedir
1 comentario:
Esta historia me ha transportado a otra época...una descripción preciosa...
mo
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