Era tarde, el día había sido muy largo y la última clase había recibido el primer bautismo del otoño, el pequeño Elías lo pensaba mientras cuidadosamente metía los nuevos libros del curso en la mochila ya un poco ajada, los palpaba y aproximándose a ellos hasta percibía aquel aroma de papel satinado y tinta fresca que siempre, aventuraban una grata lectura y un prometedor compañerismo.
El aula ya estaba desierta y cerrándola se encaminó al vestíbulo, su abuela como siempre llegaría tarde; estaba un poco harto de todo, pues desde que sus padres habían decidido divorciarse, su madre apenas le prestaba atención, el trabajo, la nueva situación y las facturas por pagar le habían cambiado el carácter.
La abuela Trini, eterna viuda, presumida y quejosa, tenía una variada e intensa vida social y recogerlo todos los días del colegio, le suponía interrumpir su largo y costoso noviazgo con el bingo del barrio.
Volvió a quedarse solo en el zaguán y el conserje ya se apresuraba a terminar su jornada apagando luces, afuera, la lluvia de octubre caía con fuerza primeriza y las sombras teñidas de gris se adueñaban de las vacías calles.
Elías tímidamente asomado echó un vistazo y una sensación de soledad le arrebató el pensamiento, pues nadie quedaba a excepción de una madre con su hijo, que parados parecían observarle, quizás pensaban que se habían olvidado de recoger a aquel niño, a él si que le hubiera gustado ser el que aquella mujer llevaba de la mano, en un imposible juego malabar de mochila, bolsas y paraguas.
Trini continuaba sin aparecer y la aparente conmiseración o curiosidad de aquella señora empezaba a fastidiarle, así que hizo como que no estaba esperando y tomó la decisión de irse solo abandonando su escaso refugio al agua, se quitó la cazadora e instintivamente protegió aquello mas valioso: la vieja mochila llevando sus preciados libros, no le importaba que el chaparrón resbalara por su cara, sus libros estaban a salvo y su dignidad también, pues la mujer en la acera de enfrente ajena incluso a la intensa cortina de lluvia que acompañada de viento barría la desierta calle, mostraba ya signos de inquieta preocupación e iniciaba maniobras de acercamiento.
Elias puso rumbo a su casa siguiendo el camino que acompañado hacía todos los días, pero antes de llegar a la siguiente esquina, divisó la inconfundible y reconocida silueta paraguas-abuela que apresuradamente se dirigía hacia él.
El encuentro fue como un chispazo, sin tiempo para saludarla, la primera impresión se reflejó como un sordo dolor que se le extendió por la mejilla hasta la oreja izquierda,
---hijo me vas a matar a disgustos, mira cómo vas!, te vas a resfriar!, cómo te has olvidado el paraguas? eres tan desastre como tu madre……..
La señora Trini tras la seca y sonora bofetada seguida de la consabida letanía de imprecaciones , guareció al niño que iba mojado de pies a cabeza bajo su enorme paraguas; la mujer de enfrente y su hijo mudos testigos de su derrota, optaron por fin continuar su marcha.
Elías, ya resguardado de la lluvia, cabizbajo y herido en su orgullo, caminaba con desgana, meditando sobre lo injusto de su vida, sin evitar los charcos , sentía la fría humedad calar en sus pies, la voz de la anciana le llegaba lejana, muy lejana, y él abrazaba con fuerza a sus únicos amigos.
1 comentario:
Me ha gustado Felix, como siempre sabes recrear un ambiente, casi he podido oir la lluvia. Y lo del "chispazo" me ha encantado.
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