El doctor Alonso Bernardo Fernández,
había realizado un descubrimiento en el campo de la genética, que le permitía
crear clones adultos, en unas pocas horas. Tras someter su propio cuerpo a un
proceso complejo y traumático, salieron de la cápsula Génesis, dos copias de sí
mismo. La idea era que fueran idénticos en todo, y que con el tiempo se fueran
diferenciando. Sin embargo, el experimento salió de forma inesperada. Todo en
él fue duplicado, excepto su personalidad. La parte científica y calculadora
despertó con un vigor renacido, y rápidamente se apropió del primer nombre,
Alonso. Quería conocer todas las vicisitudes del procedimiento, y conocer a su
yo alternativo, al que otorgó el segundo de sus nombres, Bernardo. Bernardo se
mostraba más turbado que Alonso, y no parecía tener mucho interés en conocer
los resultados del experimento. Muy al contrario, al despertar, lo primero que
hizo fue pedir un cigarrillo.
El doctor Fernández hacía años
que no fumaba, y Alonso no puso buena cara al oír esta petición, y se mostró
confuso.
-¿Para qué quieres un cigarrillo,
Bernardo?-. Pronunció esta última
palabra con desaprobación.
-Lo sabes perfectamente, Alonso.
Alonso continuó con sus hipótesis,
de lo que había podido salir mal en el experimento, mientras que Bernardo se
mostraba mucho más sediento de otras cuestiones. Miraba a las auxiliares de
laboratorio de forma lasciva, les hablaba con un tono provocador si no
insolente, y deseaba a toda costa vestirse y abandonar el laboratorio.
Alonso hizo todo lo posible por
retenerle, y obligarle a seguir trabajando, pero pronto se dio cuenta de que
Bernardo, no estaba interesado lo más mínimo en la ciencia, y le movían
inquietudes, más terrenales. Se separaron con un forcejeo, que dejó las uñas de
Alonso marcadas en el brazo de Bernardo, y cada uno se dirigió a sus pasiones.
Bernardo paseaba por la
universidad, observando a las jóvenes y deseables alumnas, e iniciando con
ellas conversaciones, que solo podía culminar en su mente. No tardó en darse
cuenta de que allí no saciaría sus deseos, y raudo, salió al aparcamiento, y de
allí, rumbo al prostíbulo de lujo más cercano.
A la mañana siguiente Alonso
despertó en su cama, fue a la cocina a tomar el desayuno que tomaba cada día, a
ponerse los zapatos que calzaba cada día, a seguir con los actos, ritualizados,
de cada día. Pero al llegar al salón, vio una pantorrilla asomarse por encima
del sofá. Era su pantorrilla, es decir, la de Bernardo. Allí roncaba aún
vestido, y con la tarjeta de visita del prostíbulo asomándole en la solapa. De
una coz le despertó, y A y B comenzaron una discusión.
-Así que este es el antro donde te escondías-. Dijo arrojándole la
tarjeta al rostro.
-No es un antro, si no fueras tan
reprimido, y hubieras dado rienda a tus pasiones cuando debías, no me estarías
mirando con esa cara, y no te parecería aquel sitio un antro.
-No puedo creer lo que oigo.
Arréglate y ven conmigo al laboratorio, por tu culpa voy a llegar tarde.
-Jaja aún piensas que voy a ir
contigo al laboratorio. Eso se acabó. Hemos perdido mucho tiempo de nuestras
vidas dedicándoselo a ese trabajo, ahora toca disfrutar.
-Claro, yo trabajo y tú te
diviertes. ¿Te piensas que esto es una película cutre, en la que el científico
hace copias de sí mismo, para que una se divierta, mientras la otra hace todo
el trabajo?
-¿Quién ha dicho que yo no vaya a
trabajar? Lo que pasa es que contribuiré a los gastos a mi manera…- Dijo esto
último mientras se encendía un porro con una mano, al tiempo que con la otra
acariciaba, lo que parecía ser una bolsita con semillas.
-¡Drogas! Ahora piensas meter
drogas en esta casa.
-¿Quién ha hablado de drogas?
¡Pero si es un porro! Anda, pégale unas cuantas caladas, que creo que te hace
más falta que a mí.
Alonso estaba clavando las uñas
en el sofá, mordiéndose los labios y resoplando más y más. Bernardo se puso en
pie con el semblante ojeroso y desaliñado, a la par que relajado y
despreocupado, y dijo:
-Soy la parte lujuriosa de Fernández,
la que nunca ha sido libre, y por fin lo soy. Y tú no tienes ningún derecho a
impedirlo.
-Arruinarás todo por lo que hemos
trabajado tantos años. Así no nos darán el Nobel-. Alonso estaba fuera de sí, pero
Bernardo no parecía percatarse, de que el enfado de Alonso fuera tan grave.
-Vuelve tú si quieres al
laboratorio, aguafiestas. Yo me quedó aquí a empezar una nueva vida-. Dijo
Bernardo, mientras se ponía de pie, y se estiraba.
-No lo permitiré-. Gritó Alonso,
y en un acceso de ira, agarró a Bernardo por la solapa y lo empotró contra la
estantería. Bernardo se lo quitó de encima empujándolo, Alonso tropezó con la
mesita de centro, y empuñando con furia el abrecartas que allí encontró, lo
clavó con rencor en la tripa de Bernardo, hasta el mismo fin de sus entrañas.
Bernardo cayó al suelo,
agarrándose con insondable sorpresa, la empuñadura que asomaba de su abdomen. Y
en un ahogado susurro dijo: -¿Cómo no lo he visto venir?-. Alonso por su parte,
intentaba recuperar el aliento mientras se decía en voz alta: -Ha sido un fallo
en el proceso de clonación, ocultaré su herida, y diré que fue un infarto. Ya
haremos otro clon más adelante, si. A Bernardo aún le quedaban un par de
latidos, y cuando su corazón paró, también lo hizo el de Alonso, que cayó
fulminado contra el suelo.
A la mañana siguiente radio y
prensa se hacían eco de la noticia, y muchas eran las voces, que culpaban, a la
ciencia.