lunes, 28 de febrero de 2011

Lirio y roble

Me crucé con ella en la taberna Salitre, llevaba un largo abrigo negro y botas camperas, pantalón vaquero de color gris oscuro, un sueter de cuello alto, y un perfume de Givenchy mezcla de lirio y roble, de una sensual pureza. No me hizo falta preguntar, una mujer de semejante catadura desentonaba grácilmente entre tantos mozos y peones portuarios. Era la persona que estaba buscando. Una asesina a sueldo responsable de la muerte de mi compañero minutos atrás. La observé desde el otro lado de la barra. Vi como se quitaba sus guantes de cuero negro con sensual gesto. Y pedía un chupito de Macallan de 18 años que el barman sacó de un lugar oculto del mueble bar. Yo disimulaba por supuesto, pero las mujeres hermosas, detectan hasta el más ínfimo atisbo. Bebió su chupito en un vaso congelado, alto y esbelto por supuesto, mientras sacaba una pitillera de un brillo puro, genuino, propio de la auténtica plata. Cogió uno de sus pitillos, y saboreó el Macallan, lentamente.
Mientras la observaba con gran disimulo, me bebía una cerveza y fingía seguir el partido de futbol que emitían en el viejo televisor catódico. Disfrutaba del olor del mar que entraba por una ventana próxima, el olor a sal, a frescura; aunque todo ello enturbiado por el olor a sudor y piel grasienta, que emanaba del resto de clientes. Fui quedándome cada vez más embelesado con su presencia, y entonces revivió en mí la idea de salir yo antes que ella.
En ese momento exacto, como si por algún arte de magia venusiana se tratara, recogió su pitillera y se puso el abrigo. Salió del Salitre, rauda, despidiéndose de su cómplice barman con un leve gesto, mezcla de desprecio y afecto. Se encaminó a la puerta y salió con paso explosivo, dejando que el viento le abriera el abrigo y se llevara consigo el perfume hacia dentro del bar, haciendo que los asistentes, tomaran conciencia de su abandono.
Rápidamente la seguí. Fui andando tras ella en dirección a los muelles, donde se adentró en una nave industrial usada como almacén. Al llegar a la entrada del mismo, saqué mi arma y la linterna. Entré y comencé a buscarla entre tantos bidones y contenedores, oteando aquí y allá, infructuoso, y frustrado. Noté un fuerte olor a rancio, a polvo, a cerrado. Un olor que se mezclaba con el de algún derrame de grasa de motor, o aceite. Un olor que invitaba al desánimo, a abandonar mi búsqueda, y aún más, a salir huyendo. Pues el olor a lo sucio, a lo sin vida, solo puede llevarte de la apatía, a algo peor. Alcancé el convencimiento de que se había ido, hacía ya muchas respiraciones que no percibía ningún sonido, que no veía ninguna sombra. Pero entonces olí, olí ese perfume de lirio y roble. La habitación adquirió vida en tonos florados, y sentí el cañón de un arma pequeña en la espalda, debajo de las costillas. Antes de oir el disparo, un velado recuerdo pasó por mi mente impregnado de aquella fragancia, era yo saliendo del bar y pasando junto al chupito de Macallan, donde había un espejo, desde donde se veía perfectamente, mi cerveza.

miércoles, 23 de febrero de 2011

HOsTaL RoMa

Una incesante lluvia había comenzado a descargar en lo que prometía ser una agradable noche de verano. Lidia, superada por las circunstancias, conducía con la mirada perdida en el horizonte, siguiendo cual autómata, las indicaciones que le iba marcando el GPS de su vehiculo de alta gama. Pasaban de las 12 de la noche cuando unos parpadeantes e insistentes neones, consiguieron sacarla de su disperso hermetismo. Hostal Roma, balbuceo mientras salía del coche, cubriéndose la cabeza con un bolso de Louis vuitton, regalo de su último aniversario de boda. Pendiente de no acabar con sus exclusivos zapatos en un charco, Lidia entró en el local de forma esquiva, buscando, parapetada tras unas enormes gafas de Gucci, la recepción de tan insólito establecimiento.
No se caracterizaba precisamente el Hostal Roma por su elegancia, en realidad era un bar de carretera que alquilaba habitaciones a camioneros, viajeros de paso, etc.… Una extensa barra se prolongaba a lo largo del local, mientras insinuantes maquinas de premio no cesaban de invitar al despilfarro.
- Disculpe, querría una habitación...
- Pase por aquí señora, en el mostrador, contestó un solícito camarero al tiempo que reponía botellines en la nevera.
- Aquí tiene la llave señora, la 203, en el segundo piso…
- Disculpe, ¿tienen servicio de habitaciones? Pregunto ingenua Lidia.
- Lo siento señora, la cocina ya esta cerrada, le puedo preparar un bocadillo de atún en un momento si quiere…
- Déjelo, así esta bien, contestó ella. ¿el ascensor?
- Por allí, dijo el camarero señalando unas escaleras de denunciable gusto.
Lidia se volvió a poner las gafas y comenzó a atravesar con elegancia el bar camino de las mismas.
Faltaban escasos minutos para la una de la madrugada, y tan solo un cliente repostaba apoyado sobre la barra al compás de los gritos que una desquiciada televidente lanzaba desde una televisión de 14 pulgadas en la que invitaba con avidez a los espectadores a que llamaran y colapsaran el servicio de llamada en espera.
- Buenas noches, saludó el solitario cliente levantando su copa al paso de Lidia, al tiempo que se dejaba envolver por su sugerente perfume.

Una extraña sensación mezcla de repulsión y excitación, se apoderó de Lidia al entrar en la habitación. Básicamente su espartana decoración se sustentaba en una cama de 90 cubierta con una colcha de difícil visión, una silla de madera y una mesita de noche sobre la que descansaba una lamparita que cojeaba de un pie, junto a un arcaico radio-despertador de amenazantes y parpadeantes números rojos, auténtico superviviente de la era analógica.
Un cargante y espeso olor a rancio impregnaba todos y cada uno de los rincones de la 203, ni siquiera el exclusivo perfume de carolina herrera con el que Lidia había prácticamente fumigado la habitación, consiguió acabar con el desagradable aroma.
Sentada en el borde de la cama, Lidia se desprendió de sus exclusivos zapatos que acodomodo elegantemente bajo la mesilla de noche. Con firmeza se dirigió hacia la terraza, abrió de un golpe sus fatigosas cortinas, cuando su teléfono comenzó a sonar con insistencia. Era Ivan, durante unos segundos que se hicieron eternos, dudo en contestar. No quería darle la oportunidad de que se disculpará, esta vez no pensaba volver. La decisión estaba tomada, la tomó hace ya mucho tiempo, y no pensaba ni quería dar marcha atrás.
Nerviosa ante la insistencia del móvil, Lidia salio a la terraza para dejarse perder en una oscura noche de verano, en un oscuro horizonte de autovias y vehículos de gran tonelaje. Una vez cesarón las llamadas, regresó a la habitación en busca de su paquete de tabaco, ya en la terraza, se dispuso a encenderse el pitillo sin éxito.
- puto mechero, dijo con desgana al tiempo que una generosa llama se acercaba hasta la punta de su cigarro.
- Permiso, dijo el tipo que la barra que desde la terraza contigua le ofrecía fuego estirando su brazo.
- Gracias, contestó Lidia mientras de esquivas maneras hacia un scanner visual a su educado vecino.
- Disculpe la pregunta, insistió el hombre. ¿Qué hace una mujer tan elegante en un sitio como este?
- Lidia, sonrió al tiempo que lanzaba una espesa bocanada de humo sobre su interlocutor.
- Necesitaba tomar el aire, ahora dudo entre lanzarme al vacio o tomarme un frasco de pastillas, contesto ella.
- ¿Una copa? pregunto el enseñándole una botella de whisky.
- Mataría por una copa, contesto Lidia.
- No será necesario replico el tipo sonriendo, me llamo Manuel.
- Yo soy Lidia y me encantaría compartir esa botella.

Apenas cuatro minutos bastaron para que Manuel entrase por la puerta de la habitación, cargado con un chivas de 12 años bajo el brazo, andaba entre penumbras, artificiosas penumbras avivadas por la inquietante lamparita de sobremesa.
- Siéntese aquí, a mi lado, dijo Lidia con un tono de voz acorde a la austera iluminación.
- Lidia, dijo el ofreciéndole su mano. Una mano grande, ligeramente velluda y a la vez exquisitamente cuidada. Un escalofrió recorrió el cuerpo de lidia en el momento en que de grácil manera, esta rozo sus pechos. Un momento lamentablemente interrumpido por el siempre inoportuno timbre del teléfono.
- ¿No vas a contestar? Pregunto Manuel susurrándole al oído al tiempo que comenzaba a desabrochar la blusa de Lidia.
Lidia lanzo con furia el móvil al suelo.
- Es mi marido, le acabo de abandonar, contesto Lidia.
- Será mejor que tomemos un trago, dijo Manuel sonriendo con malicia. Siento no poder ofrecerte un vaso, yo…
- No es necesario, dijo ella mientras se deslizaba entre las piernas de Manuel y comenzaba a desabrochar su bragueta.
- Beberé a morro.


Unos tímidos rayos de sol comenzaron a asomar a través del ventanal de la terraza. Sin abrir los ojos, Lidia comenzó a tantear en la cama en busca de su improvisado amante. Este había desaparecido, entre las sabanas reposaba la camiseta que Manuel había dejado olvidada. Con delicadeza la tomó entre sus manos, oliendo primero con timidez y después de ansiosas maneras, dejándose embriagar por el olor a hombre que Manuel había dejado en esa rancia habitación. Sin poder reprimirse, Lidia comenzó a bajar la camiseta, rozando con descaro sus erguidos pezones, para luego bajar hasta su entrepierna, dejándose llevar, escapando de nuevo, huyendo a un universo paralelo en forma de jadeos.
De nuevo el teléfono volvió a quebrar tan sugerente instante. Como despertando de u n sueño, Lidia se levantó de la cama y cubriéndose su desnudez con una sabana comenzó a buscar el móvil que por la noche había lanzado sin vehemencia al suelo, era su marido.
- Ivan, contesto ella.
- Lucia, recuerda que tienes que llevar a los niños al colegio.
- Dios, los niños, grito ella.
- ¿Cómo? Contestó Ivan, se oye muy mal…
- Si esto suena fatal, no debí lanzarlo contra el suelo…
- Jjajjajaj, siempre me acabas sorprendiendo, dijo el.
- Ha sido una noche estupenda, pero cielo el próximo día elijo yo el hotel.
- No hay problema pero si eliges tú el hotel, yo me encargo de los nombres, contesto Ivan.
- ¿Trato hecho?
- Trato hecho.

Hermanas al fin y al cabo

El otro día llevaron a James, de sólo 12 años, a hacerle, “el chequeo”. Lo sentaron en una silla y le amarraron. Le dijeron que era para que no se hiciera daño. Ellos ya sabían cuál era su habilidad, pero querían cuantificarla. Le colocaron unos electrodos por todo el cuerpo y le pusieron un dummy delante. Uno de los científicos le levanto la mano derecha, apuntó con ella al dummy, y le dijo: “disparale James”.


Mi hermana Dafne y yo, Claire, estamos internadas en Prima-Gen. Es un centro de fecundación in vitro, donde aplican las últimas tecnologías, en crear humanos sin enfermedades hereditarias o malformaciones. Dafne es la pequeña, tiene 13 años y yo 16. Nuestros padres eran muy buenos con nosotras, pero un día nos llevaron a Prima-Gen para que nos hicieran un chequeo, y no les volvimos a ver…


James estaba muy asustado y decía que no quería, aquellos hombres no paraban de incitarle y él se puso a llorar. Como finalmente se negó, uno de ellos se acercó a James con un electrocutador, y comenzó a darle descargas en el brazo. La primera solo le hizo daño, pero la segunda, provocó que James soltara un rayo de color rojo que salió contra la pared sin alcanzar al dummy.
-Así se hace pequeñajo, ahora apunta bien.


-Muy bien Dafne, tenemos que largarnos.
-Pero que dices Claire mira lo que le hicieron a James, y eso que él tenía una habilidad de ataque, las nuestras son pasivas.
-Sí pero no saben cuáles son. Además, si nos quedamos aquí, entonces sí que acabaremos como James, o algo peor. Y seguro que nos separan.
Una mueca de niña apareció en el rostro de Dafne cuando dije esto último. La pobrecilla tenía más miedo de que nos separan, que de lo que le pudieran hacer.
-Pues está decidido, esta noche robaremos unas cosillas, y nos largaremos.


Le dieron otra descarga, que provocó otro rayo por parte de James, hasta que acertó en el maldito dummy. James tenía la cara llena de lágrimas y un charco en el suelo, sus gritos se oían en toda la planta y entonces, cuando el científico se le acercó a darle otra descarga, del pecho de James comenzaron a salir múltiples rayos que revotaban hacia él, tuvo algo así como una sobrecarga, y comenzó a achicharrarse vivo. El pobre James acabó allí muerto, y como los que esperábamos el turno éramos niños, nos dijeron que se había dormido por el esfuerzo. Y algunos les creyeron…


Escapamos y llegamos hasta un bosque cercano. Bailábamos, reíamos y brincábamos. Éramos libres y con nuestros dones podríamos hacer lo que quisiéramos.
Después de comer algo y planear lo que íbamos a hacer al día siguiente, nos pusimos a jugar, como hacíamos todas las noches. Apagamos las linternas, era noche cerrada. Dafne empezó a hacer poses y ruidos.
-Te has crujido la rodilla Dafne.
-Si, pero ¿qué rodilla?
-Venga ya, ¿cómo voy a saberlo?
-Claire, como hermana mía que eres, deberías saber en qué rodilla me hice daño.
-La derecha.
-¿Y cuál me estoy crujiendo?
Hice una pausa antes de contestar, intentaba aislar cada sonido, lo agudo o grave que podía ser, si era un sonido arenoso o limpio, si era un solo crujido o una cascada…
-Te has crujido la izquierda.
-¡Ja ja ja ja! Das miedo hermanita. ¿Y qué hago ahora?
-Estás abriendo y cerrando la mano.
-No puede ser Claire. ¿Me crujen los nudillos?
-Nop, oigo el ruido que hace la piel de tus dedos cuando los separas.
-Que fuerte. Venga, me toca.
Encendí la linterna para esconderme y luego la apagué. Dafne que se había quedado contando, debía encontrarme en la oscuridad. Salvo que ella no poseía mi oído. Comencé a oír sus pasos, y en cuanto bordeó el árbol en donde me escondía, me encontró. Claro que tener un oído tan fino, me permitía moverme sin que me oyera para dificultar la búsqueda, pero allí no había donde esconderse, la verdad.
-Que fácil lo has tenido Dafne, así no vale.
Encendí la linterna apuntando hacia el suelo, para que Dafne tuviera tiempo de adaptarse a la luz, la última vez que le hice la bromita de enfocarle a la cara me despertó con la radio a todo volumen…
-¿Qué culpa tengo yo de que mi habilidad sea mejor que la tuya? “Claire”
-Ja… Ja… Ja. Espera Dafne oigo algo, un susurro.
-Ya verás, ya verás cómo lo encuentro.
Agucé el oído al máximo, tuve que discriminar el sonido de nuestros corazones y nuestras respiraciones, que en este nivel de sensibilidad devienen estruendosos. Ralenticé mi respiración y mi ritmo cardíaco, Dafne hico lo propio para ayudarme…
-Lo tengo, no lo vas a encontrar.
-Fíjate bien Claire.
Cerró los ojos. Movió la cabeza como si quisiera huir de un recuerdo.
-Apaga la linterna Claire.
Aunque tenía el sonido claramente localizado, yo miraba al suelo. No quería darle ninguna pista a mi némesis. Buscó y buscó, aunque no tardó mucho la verdad.
-Allí en lo alto, en el árbol. “Dentro” del árbol…
Ya me había cabreado, ¿como lo había encontrado tan rápido y a qué venía eso de “dentro”?
-Cierra los ojos cabrona que voy a encender la linterna.
Lo hice y enfoqué al punto de donde provenían los sonidos… No había nada, pero sí un agujero en el tronco.
-Dafne ¿los ves? ¿Puedes verlos?
-Bueno…
-¡Puedes verlos a través de la madera!
-Ja ja ja ja. No veo a través de las cosas hermanita. Pero el calor que desprenden, lo veo salir por el agujero.
-¡Esta sí que es buena! Ahora resulta que no tengo una hermana, tengo un visor nocturno con patas.
-No tengas tanta envidia Claire; que te saldrán arrugas abuelita.
-Si si, pero ¿a que no sabes cuantos son? ¿Qué te apuestas?

lunes, 14 de febrero de 2011

Diez miNuTOs

Cada día su madre le colocaba la jaula ...
-Lo necesitas le decía, Sin embargo ella protestaba
-mamá ¿por qué?
-porque si, le respondía su madre.
Después de muchos días de lágrimas, el tiempo pasó y ella se acostumbró a vivir encerrada en su pequeña jaula.
vivir sin imaginar un mundo diferente, comenzar a sentirse bien entre los barrotes.
Pasó mucho tiempo, no recordaba el día en que aquello había comenzado.
Ahora se sentía feliz y segura dentro de su jaula.
Una noche su madre se acercó a ella , le dijo que había llegado el momento
-¿El momento de qué?
-vas a comenzar a vivir
-mamá ¿por qué?
-voy a abrir tu jaula,
-no mamá, no...
¡tengo mucho miedo!
La jaula se abrió ...
en la oscuridad...Nadie...
Mo

miércoles, 9 de febrero de 2011

¿Donde estais?


En un mundo donde la imagen es lo primero… Lo primero y ahora viene una pausa, porque tras esa primera visión, podemos percibir que sus arquitectos han realizado una tarea tan minuciosa, que para nada es una amalgama inconsistente. Todo lo contrario, parece un muro de hormigón armado, o más bien un inmenso cenagal repleto de arenas movedizas, que no te dejan avanzar hasta alcanzar, al verdadero individuo.
En un mundo así, agradezco un solo ser humano adicto… a la sinceridad.




Pablo

Margarita

Tocado con un viejo pero limpio sombrero de fieltro, alborozado saludaba a todos los viajeros que asomados a las ventanillas buscaban con denuedo a sus familiares y amigos y que por inercia le devolvían la cortesía agitando las manos, esperaba que el tren estuviera totalmente parado, situándose entonces bajo la portezuela de 1ª clase, mascullando – Buenos días señor, espero haya tenido un buen viaje, y descubriéndose conseguía de esta forma que los elegantes recién llegados le brindaran los reflejos de la urbanidad y educación que el gratuitamente repartía, la misma acción se repetía en los sucesivos vagones decrecidos de categoría pero aumentados en abigarrada humanidad que se peleaba por subirse o por apearse sujetando maletas de cartón, enormes bultos que parecían envolver ajuares enteros, jaulas con lustrosos capones y chiquillería cogida de las manos que buenamente quedaban libres.
Aquí el descubrirse era para evitar que el sombrero le fuera birlado y las corteses palabras de bienvenida de antes, se transformaban en toscos ademanes y en palabras que nadie escuchaba, pues tal era el vocerío, que hasta la vigorosa maquina del tren se lamentaba, escupiendo vapor y silbando su próximo movimiento, los mozos de cuerda con sus atestados carros apenas podían transitar, con la premura que da el hambre eran raudos en la descarga para así obtener un nuevo encargos, atropellabánse y discutían exigiendo paso a los viandantes del anden como si de su propio territorio se tratara, los vociferantes vendedores y sus carritos repletos de boniatos venían añadir más caos así, que tal era el el batiburrillo que reinaba en la estación que Samuel apenas podía distinguir las preciadas colillas que a buen seguro ya reposaban sobre las frías losas.
Los altavoces de forma ininteligible anunciaban la inminente salida del expreso, la campana manejada por el factor parecía contenta de hacerse oir, la máquina arranco bruscamente, y el entrechocar metálico de las defensas de los vagones, aceleró el ritmo de los últimos pasajeros hacia las plataformas que atestadas de gente pañuelo en mano despidiéndose permitían no sin cierto desagrado la ocupación de un espacio que por escaso parecía imposible que albergara otro alma, últimos abrazos, caras tristes, lágrimas, deseos y te quieros espetados sin ningún pudor terminaron con el tren perdido en la lejanía y el andén vacio, el cierzo se empleaba a fondo como contratado especialmente para revolver los papeles y el polvo ; mientras tanto Samuel ya había recogido una pequeña bolsa de muy buenas pavas de cigarrillos americanos, aunque la mayoría eran de picadura y algunos vegueros canarios de la primera clase.
La tarde se acercaba a su fin, el frio y la soledad se adueñaron de la estación y Al cerrar la cortina de la ventana echó un último vistazo a la pequeña luz de la oficina del jefe de estación que se encontraba enfrente, encendió el carbón y puso a calentar la cena, sobre el descolorido hule extendió las colillas arrimadas a fuerza de forzadas genuflexiones, los abría, deshacía,recortaba, saneaba, seleccionaba y solo con el olor distinguía la buena de la mala picadura, aquí situaba los de marca “ideales” negro de Badajoz, en una caja metálica los “mecanicos” negro canario fuerte pero sabroso, y que decir de los puros, estos dormían en la suite de una verdadera caja de puros habanos regalo de Hilario su vecino, Los aromáticos marlboro, y pall mal, los guardaba en una sobada bolsa de cuero que llevaba todas las semanas al abuelo en el asilo.
Una vez hecha la clasificación y ya habiendo cenado y solo entonces ,con gran habilidad se liaba un cigarrillo que fumaba despacio y con gran deleite, mientras pensaba que otro día había terminado y ya eran 14 años esperando el regreso imposible de Margarita, aspiraba el humo de su soledad que era el del propio tabaco, y comprendía que quizás estaba equivocado si mantenía su esperanza de volverla a ver y de reconciliarse con el mundo.
Antes de dormirse recordó que el tren rápido de las 7,30 era el único que solía llegar siempre puntual a las 8,30, y había tantas personas a las que recibir y tanta otras a las que despedir

martes, 8 de febrero de 2011

EL TABacO MaTA


Elegí un mal día para dejar de fumar, farfulló Leonard entre dientes al tiempo que se encendías un cigarrillo. Pasaban diez minutos de las 9, y Marvin seguía sin dar señales de vida, esperaría hasta las 10, tenia el tiempo justo para llegar al aeropuerto y volar a Brasil.
Mientras aspiraba con codicia el humo de aquel pitillo, no podía dejar de pensar en las palabras del Dr. Jenkins, “El tabaco mata”, balbuceo al tiempo que se dejaba llevar por una nueva e intensa calada, con una ligera sonrisa entre los labios. Una distorsionada sintonía de “Bonanza” comenzó a sonar en su móvil, sacándole de su humeante letargo.
- Leonard nos han descubierto, escapa, rápido….
Un áspero y seco disparo, sonó al otro lado del auricular, al tiempo que podía escuchar como alguien manipulaba con violencia la cerradura de la puerta.
- Será mejor que salgas con los bazos en alto, vocifero un individuo con acento del este, tras derrumbar de una patada la puerta de entrada a la casa. Mientras, el otro, se dedicaba con encomiable interesen destrozar a patadas todo lo que encontraba a su paso.
- Estoy en la cocina, gritó Leonard.
Hasta allí se abrieron paso los dos hombres, dando patadas a todo lo que se les cruzaba en su camino.
- Al suelo, grito uno de ellos empujando a tierra a Leonard y obligándolo a levantar los brazos en alto.
- No se te ocurra moverte o te levanto la capa de los sesos cabrón, grito colérico uno de los asaltantes mientras le encañonaba con una pistola.
Leonard cerró los ojos esperando lo peor. Una espesa capa de aliento con sabor a vodka se aposentó en su nuca con descaro.
- Sabes muy bien lo que estamos buscando, susurró Igor al oído de su victima.
- Mira cabrón, esto puede acabar rápidamente si colaboras….
- O puede ser largo, largo y doloroso, apunto el otro individuo mientras lo inmovilizaba, sujetando con fuerza su mano al tiempo que sacaba de su bolsillo unas tijeras de podar.
- Vaya Leonard, dijo observando sus manos, creo que necesitas urgentemente que te hagan la manicura, dejame ver este dedo….
- No, no…suelta hijo de puta noooo, diossss….
Cesarón los angustiosos gritos con un certero y seco corte de tijera, tan solo silenciado por los jadeos de Leonard tras la mutilación de su dedo índice.
- Bonito anillo balbuceo el agresor mientras sacaba este del mutilado dedo y se disponía a cortar el siguiente.
- El azúcar, grito Leonard a un paso de perder el conocimiento.
- En el bote , sobre la mesa… jadeó Leonard con apagada voz.
Sin dejar de apuntar con el revolver, Igor estrelló en bote de azúcar contra el suelo, no tardó demasiado en encontrar una pequeña llave entre tan dulce manto.
- Buen chico, ¿para que alargar tan desagradable momento? susurró al odio de su victima, dispuesto a darle el tiro de gracia.
- Espera, espetó Leonard con incomprensible firmeza.
- Antes de hacerlo, permíteme una última voluntad, un último cigarro…
- Un par de caladas, nada más… no me dejes abandonar este jodido mundo sin saborear por última vez el sabor de la nicotina en mi garganta.
Igor sacó un pitillo de un paquete de tabaco que reposaba sobre le mesa de la cocina para apoyarlo sobre los labios de su retenido, mientras este intentaba taponar la hemorragia que le había provocado la mutilación de su dedo índice.
- A que mierda huele aquí, dijo Nicolai mientras buscaba un mechero con el que darle fuego.
- Elegí un mal día para dejar de fumar, apuntó Leonard.
- Ese puto olor… ¿a que diablos huele aquí? Insistió Igor mientras intentaba encender el mechero para darle fuego.
- A gas, apuntó Leonard con una sonrisa maliciosa.
- El tabaco mata, pronunció el condenado fumador al tiempo que se encendía la llama en el mechero y una tremenda explosión acabara con todo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Muerte en el callejón III

Volví a la comisaria con el rostro de Adam tatuado en mi mente. Fui conduciendo por el boulevard con un pitillo en la mano izquierda y la ventanilla bajada. La fresca brisa nocturna enfriaba la palma de mi mano; esa noche hacía calor. Las luces de la ciudad se reflejaban en el salpicadero. La calle estaba desierta, sin vida...
Al llegar, el jefe me estaba esperando. Entramos en su despacho sin que me dijera una sola palabra. Cerró la puerta y se puso a deambular por la habitación. No paraba de moverse y de tocase la cara. Dejé los cigarrillos sobre su mesa, encendí uno y me preparé para la bronca.
-Llevas mucho tiempo sin compañero Jim, en otra época le habrías dicho al novato que te siguiera con el coche, tal vez así…
Hizo una pausa para recomponer su rostro y cogió uno de mis cigarrillos.
-Era el sobrino del alcalde Jim, había sacado muy buenas notas en la academia.
Hizo otra pausa.
-Hemos cotejado las huellas de esos tres fiambres. Pertenecían a la mafia rusa, unos auténticos hijos de mala madre.
Se detuvo para dar otra calada, ya lo tenía calfado, y su respiración seguía entre-cortada. Se paró ante mí y mantuvo su mirada fija en mis ojos mientras decía:
-Tuviste mucha suerte Jim.
No esperaba ver su lado humano, supongo que esa noche el ensimismado era yo.
-¿Crees que estos tipos fueron los que mataron a aquellas chicas?
Pegué una calada profunda, para coger fuerzas. Abrí la boca mientras tragaba hondo el humo y tras soltarlo suavemente contesté:
-No, aquellos tipos parecen estar metidos en un asunto de prostitución como mucho, extorsión y esas mierdas. A las chicas las mató alguien diferente. Un asesino en serie seguramente. No creo que haya relación con los rusos.
El jefe me miró nuevamente con la mano temblorosa, y el pitillo casi consumido (se le había caído la ceniza sobre el zapato). Y me dijo:
- Acaban de encontrar a otra, les he dicho que cuando el cuerpo llegue al depósito te avisen. Lárgate de aquí, encuentra a ese hijo de puta.
Cogí un café de máquina y fui a mi mesa, vacié el cenicero en la papelera de al lado (la mía estaba llena). En la sala habrían unas 12 mesas y estaba bastante concurrida, el bullicio de costumbre en una noche en la comisaría, y por supuesto cigarrillos, muchos cigarrillos encendidos… Fui a prender uno y advertí que no tenía el mechero; el bueno del capitán me lo había vuelto a robar. Rebusqué entre los cajones y encontré una caja de cerillas, prendí una y saboreé aquel olor, ese aroma a fósforo y madera quemada. Encendí mi pitillo y le pegué una calada. “Qué bueno está”. Repasé en mi mente toda la información, intentando apartar la cara de Adam de mi retina, mientras esperaba la llamada del depósito. Coloqué una hoja en la máquina de escribir para hacer el informe, pero entonces recordé que tenía un cigarrillo en la mano, y esperé a terminármelo con el café, tranquilamente. Saboreándolo. Si ya por sí solo un cigarro es un placer indescriptible, combinado con el café, aunque fuera aquel café horrible de máquina, suponía un goce que seguro debía tener muy alto precio… Y allí estaba yo, relajándome con su sabor y jugando con el humo. Así pasé unos siete minutos, los mejores siete minutos de la noche. Disfrutando de aquel pitillo, en la densa niebla del tercer piso de la comisaría, con la pobre iluminación de los flexos.

domingo, 6 de febrero de 2011

LlAvoREtEs

El primer cigarrillo

Era de llavoretes, una planta con un sabor anisado excelente, troceándola, picando ,incluso masticándola, conseguíamos un símil de tabaco especial exquisito y con el, nos hacíamos una especie de cigarritos que nos hacía sentirnos tan importantes como nuestros mayores.

No recuerdo si de esos primeros cigarrillos infantiles salía humo...pero recuerdo como si fuese ahora el ritual que todo aquello encerraba...(amistad,complicidad...)

Escondidos tras la esquina de una calle de" La Cañada",( un pueblo entonces de veraneantes), " la pandilla " (palabra que ya en desuso)con el papel de fumar y las cerillas que alguno había tomado prestado de casa de sus padres... nos hacíamos todos juntos nuestros primeros pitillos... Tendríamos alrededor de los diez años.


Llegamos a la adolescencia, a la primera juventud y eran nuestros padres los que nos ofrecían el cigarrillo...se suponía que eramos mayores, si algún chico no fumaba, se le miraba mal...no era un verdadero "macho".

Las chicas que fumaban se suponía que eran mujeres modernas, independientes al modo de las europeas o americanas... en fin que todo esto me llevó a fumar durante muchos años de mi vida.

El tabaco... dicen que ha sido él... ha matado a muchos de mis seres queridos y seguramente forme parte de la muerte de esta exfumadora y todo esto me cabrea infinitamente... hay tantos productos que uno se fuma andando por la calle, o comiendo, bebiendo , simplemente viviendo…eso si, sin necesidad de una cerilla y sin voluntad propia...¿dónde se pueden denunciar estas cosas que desconocemos y que nos ocultan? ¿por qué se incita a la denuncia del vecino que fuma?..¿qué tipo de guerra es esta?.

¿por qué no nos incitan a denunciar la pobreza, la hambruna, la miseria ,la desigualdad económica,el fraude?.

Ahora estamos en el siglo XXI la ciencia avanza, la vida sigue... las costumbres, los hábitos van transformándose y aquello que antes era signo de dignidad ahora es algo indigno de un ser pensante evolucionado , contra este pensamiento evolutivo no podemos luchar aunque esté impregnado de incongruencias.

la vida se va transformando a saltos, con guerras sangrientas, económicas, políticas, de humo... y cuando nos damos cuenta ZASSSS ya estamos en la otra orilla.

miércoles, 2 de febrero de 2011

BizANTiNa ExPOsicióN

Tras el indigesto empacho de vida social al que me sometí el pasado viernes en el falleril evento, ayer tarde dirigí mis pasos hacia la gran vía para asistir a la inauguración de la exposición de pinturas de mi amigo Visantin.
El marco a tan bizantina muestra me sorprendió sobremanera, una peluquería, peluquería de poderío (como diría Visantin) ejercía de improvisada galería.
A la entrada de la misma, el anfitrión, con muchas exposiciones a sus espaldas, ejercía con esmero su cometido ofreciendo bombones en la puerta. De esta guisa tan dulce, el artista me acompañó, a modo de visita guiada, por la muestra, dándome toda serie de detalles sobre la realización de las diferentes obras. Confieso que el particular entorno en el que se exponían las obras, resultaba muy interesante. Visitar una exposición pictórica, esquivando secadores y comentar las peculiaridades de un cuadro mientras a tu lado lavan la cabeza a una señora, le daba al asunto un punto al menos interesante.
Los cuadros aunque escasos siempre cuentan con ese elemento sorpresa que tienen las obras de Visantin. Los dos coincidimos con ese punto Diógenes que tanto nos gusta y se refleja en nuestras obras. El arte povere alcanza una nueva dimensión en manos de este artista, aun más en tan insólito emplazamiento. Nunca me ha gustado hacer crítica de obras ajenas, pero si tuviera que resaltar algo de ellas, seria que todas y cada una de estas, trasmiten el entusiasmo y sobre todo el placer y diversión con el que el autor las ha realizado. Sin falsas ni oscuras pretensiones, ni prejuicios absurdos, con esa libertad creativa que solo el arte te puede dar a la hora de crear con cualquier elemento que se cruce en tu camino. Al fin y al cabo la vida es un gran cuadro, y todos somos un poco Diógenes.

martes, 1 de febrero de 2011

SaN ViCeNT

Comenzaba el fin de semana festejando el pasado sábado el día de san Vicente mártir, una festividad local, con epicentro a escasos metros de mi casa en la parroquia del mismo nombre donde reposan los restos del santo. Lamentablemente esta con los años e ha ido perdiendo relevancia. Recuerdo desde bien pequeño vivir este día con entusiasmo. Las falleras entrando en la iglesia a fin de venerar al santo, la banda de música, los puestos de frutos secos y golosinas que se instalaban a su alrededor, la mascletá después de la misa, etc.… Una fiesta de barrio que ha ido perdiendo interés y de la que este último día apenas ha sobrevivido un puesto de golosinas. Aun así, asistí fiel a mi cita, testeando el ambiente y comprándome una mesura de porrat y cacao y dejándome atrapar por los escasos rayos de sol que nos regaló este frió día.
Allí sentado, esperando ver salir a las falleras de la iglesia no pude evitar el evocar otras días de san Vicente que he vivido a lo largo de toda mi vida, cuando los parroquianos colapsaban la entrada a la parroquia luciendo sus galas de domingo a golpe de tabalet y dolÇaina mientras los pequeños tiraban del bolso de su madre para que les compraran cacao y porrat en alguno de los puestos que adornaban la calle. Un rotundo petardo preámbulo de la modesta mascletá con la que finalizan los actos festivos me devolvió a la realidad, al presente más cercano. Un presente sin trajes de domingo, sin puestos de frutos secos, sin madres de las que estirar del bolso para que te comprasen chuches….

FaLLeRiL EVeNTO

Por todos mis allegados es conocida mi aversión al universo fallero, pese a ello y por cuestiones familiares, tuve a bien el pasado viernes, asistir como invitado a la Exaltación de la Fallera mayor de valencia en el Palau de la música.
Como ya es habitual, un inoportuno retraso provocó que acudiera al mismo en taxi. Y ahí es donde empieza esta crónica, pues justo en el momento en el que servidor bajaba elegantemente del mismo, una extraña sensación se apoderó con fuerza de mi ser, una especia de entrada en un agujero negro, en un espacio atemporal que me llevo a otra época, a otro lugar. Un lugar donde el color sepia brillaba con luz propia cual viejuna fotografía, un lugar con un insistente, aunque apenas perceptible, olor a rancio.
Mientras esperaba a la entrada del Palau con mi invitación en la mano, observe ensimismado que aunque no se exigía en la entrada, el traje regional se imponía entre los invitados. Decenas de falleras resplandecían bajo la luna luciendo sus mejores y más costosas galas, mientras los caballeros hacían lo propio. Bien es cierto que en estos últimos años los falleros han revindicado un mayor protagonismo en su estilismo, y que el traje de fallero ya no es necesariamente esa especie de uniforme negro de raso tan poco glamouroso. Llamativos estampados florales lucían ahora en la pechera de nuestros falleros en una insólita a la par que añeja Pasarela Fallera. Apuntar también que abundaban las capas ribeteadas con elegantes bordados. Cuanto daño ha hecho Ramón García a este país….
Consciente de lo que me esperaba en el interior de la sala, intente mimetizarme con los allí presentes, por lo que ante mi falta de capa castellana, decidí echarme la gabardina por la espalda a modo de capote. Enfrascado en el tema me encontraba cuando un ligero revuelo tomó cuerpo a mis espaldas. Cuando mi giré, un par de escoltas, ayudaban a salir de su vehiculo oficial a la alcaldesa, al tiempo que la directora del Palau la recibía con honores de reina. Ni que decir tiene que no perdí la oportunidad de aprovecharme de tan estratégica situación para vivir intensamente tan glamouroso encuentro.
Un autentico “tour de forcé” un encuentro de divas entre Rita Barberá y Mairen Beneyto, ambas dos luciendo sus mejores galas en un espectacular duelo de cardados del que surgían gráciles chispas en tan capilar lance. Rita, envuelta en una estola de piel y de riguroso negro, se abría paso entre cortesanos saludos mientras Mayren con sonrisa tatuada en rostro mezcla de Jockey y Hello Kitty intentaba disimular ante los presentes, el agujero en la capa de ozono, que tanta acumulación de laca, había provocado en la capa de ozono.
Apuré los últimos minutos antes de entrar en el Palau, me esperaban al menos 2 o 3 horas de espacios sin humos y de camino al auditórium no pude evitar acordarme de un viejo y radical amigo que cuando se cruzaba por la calle con alguna elegante señora envuelta en pieles no podía reprimirse y acercándose a ellas cual sátiro empezaba a increparlas por lo bajini “pellejo”, “pellejo”….
Afortunadamente yo si pude reprimirme y raudo encamine mis pasos hacia el esperado evento al tiempo que los primeros petardos resonaban con fuerza en el exterior, dentro había muchos más.
Cual fue mi sorpresa, ignorante de mi en estas falleriles lides, que al llegar al Hall del Palau, este se encontraba lleno de gente parapetada tras elegantes vallas que delimitaban una elegante alfombra roja por la que no cesaban de desfilar personalidades posteriormente recibidas por nuestra alcaldesa en un improvisado altar y parapetada por oficiales estandartes.
Vaya, me lo he perdido, con lo que me gusta a mi una alfombra roja, pensé al tiempo que intentaba sin éxito descubrir quienes eran los que desfilaban por tan solemne pasillo a golpe de dolÇaina y tabalet. Como pude, y como si de un camaleón me tratase, me mimetice con el medio colgándome de una de las innumerables cestas de flores que adornaban el hall y mutando en falleriles tonos para no desentonar con el evento mientras duraba la improvisada cabalgata. Una vez concluida, fuimos entrando en la sala Iturbi, viviendo el momento más angustioso de la noche, cuando buscando mi localidad me vi inmerso en un agobiante atasco fallero en uno de los pasillos y rodeado de más de 40 falleras armadas hasta los dientes. A punto estuve de acabar engullido, cual arenas movedizas, entre voluminosas faldas de fallera. Afortunadamente y en un acto de arrojo y valentía, estiré mi brazo llevándome accidentalmente el moño de una de las valencianas que asustada no dejaba de gritar: Ay mare de deu, Ay deu meu…
Pasado el susto, tomo asiento esperando el comienzo del acto. Para cuando se apagaron las luces de la sala, esta lucia reconvertida en un casal fallero. Una vez que los músicos se instalaron en escena, tuvieron que esperar a que el publico allí presente tuviera a bien guardar un poco de silencio, lo suficiente para que se les escuchara porque como decía anteriormente, allí lo único que faltaba es que empezaran a sacar bocadillos de blanco y negro con habas y platos de cacao y tramusos para que aquello fuese una cena de sobaquillo fallera. Indignado y a un paso de salirme de la sala no salía de mi asombro viendo el comportamiento de gran parte del publico que llenaba el teatro, que sin importarles en absoluto la actuación musical que se estaba llevando a cabo, seguían charlando, levantándose, hablando por teléfono. Hasta a una fallera, adicta a las nuevas tecnologías, pude ver chateando con el facebook a través del móvil, mientras la Big Band seguía en escena intentando hacerse oír.
Tras un oportunisimo descanso, comenzó la exaltación de la fallera mayor de valencia. Apenas bastaron uno segundos del pasodoble “El fallero”, para que el silencio se hiciese en la sala. De forma solemne fueron desfilando por la pasarela las componente de la corte de honor, para posteriormente dar entrada a la fallera mayor de valencia que hizo entrada en la sala saludando con ese ligero y pizpireta movimiento de mano para saludar, tan característico de la realeza. Servidor, fascinando por lo protocolario del acto, asistió perplejo hasta que comenzaron a desfilar multitud de cestas, presentes de autoridades hacia la nueva reina de las fiestas. En un descuido, improvisé una discreta huida aprovechando los aplausos. Un presumiblemente largo discurso del mantenedor del acto, se anunciaba como fin de fiesta, y mi capacidad de supervivencia ya había sido puesta suficientemente a prueba durante esa larga noche, larga y solemne noche.